Basura especial

Todas las respuestas que nunca darás.

Las secuencias mentales que, si la vida fuera una película, acabarían por materializarse.

Los recuerdos inservibles. Los momentos imborrables.

Lo aprendido y lo que no. Las piedras convertibles en polvo (que se lleva el viento) y aquellas en las que volverás a  tropezar.

Todo forma parte de ese limbo entre lo imposible y lo real. Lo que fue y lo que ya no. Lo que será mañana o nunca. Flota a tu alrededor, atraído por el campo gravitatorio que tiene su centro en un punto intermedio entre pecho y frente, corazón y cerebro, razón y tentación. Algo así como la basura espacial. Tan inservible, tan letal si choca con algo servible.

Es esa respuesta engullida con guarnición doble de orgullo que estropea una conversación entera porque ya, por muchas vueltas que dé esta, jamás podrá volver al punto inicial. Al punto después de que tú callaras cuando querías decir «te perdono», «no te olvido», «pues no quiero», «rectifico».

Es la película mental que, en lugar de estrenar, conviertes en incunable del coto de caza de tu imaginación. Tú, su actriz protagonista de pacotilla, no puedes hacer nada para que ese beso de las 1001 tomas se vuelva a rodar… pero esta vez de verdad. Con carne, con olor, con suspiro. Con todo lo que no tiene un pensamiento.

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Son los recuerdos inútiles. ¿Para qué están? Los que empañan y no enseñan nada hoy, ni mañana, ni hasta donde la vista alcanza. Los momentos que no se irán, que no se perderán por más que Ivan Ferreiro te cante que sí.

Cuánta basura, qué desperdicio, qué banal si no fuera porque…

Si hubieras dicho lo que querías decir, hubiera pasado otra cosa. Mejor o peor, pero desconocida. ¿Y a quién no le asusta un interrogante? ¿Y a quién no le consuela saber que, fuera lo que fuera lo que pudiese haber sido, hoy es hoy y está bien así?

Porque si la vida fuera una película la gente te pararía por la calle y se pondría a llorar, o se reiría de tu desgracia, o querría ser como tú (aunque como tú, como yo, como cada uno, solo hay uno). Si la vida fuera una película, francamente, no creo que nadie se esforzara en hacer nada. Total, ya sabríamos de antemano que el final feliz está asegurado.

Porque si no recordáramos, nuestra vida sería mucho más dramática que reconocer un olor y abrirse un poco en dos. Que un corte en lo más profundo siempre puede cicatrizar, pero un agujero en la memoria te haría olvidar algo más que lo doloroso. Te haría olvidarte a ti.

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Porque eres sombras, miedo, angustia. Eres un cuerpo celeste rodeado de basura espacial que otros te dejaron, o que tú misma te has procurado sin saber muy bien por qué. Eres una estrella con luz propia que nunca se cansará de buscar supervivientes entre los escombros. Que se siente a salvo cuando se mira al espejo y recuerda que entre toda la basura que la rodea y la encarna, hay muchas cosas que rescatar. Una especie de basura especial que sí que vale, que cuenta, que importa aunque duela.

Son cosas que desechaste algún día sin pensar, que se perdieron por el camino, que arrinconaste en busca de algo distinto, que no mejor. Son cosas que hay que guardar para seguir siendo lo que eres, o para dejar de serlo, según convenga.

Y al final, de tanto buscar y rebuscar, encontrarás lo que estás soñando y olvidarás por lo que estuviste sangrando. Y entonces, en ese momento, no te olvides de lanzar mil gracias al cielo. Uno por cada trozo de basura que te alcanzó de pleno.

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Y entonces, por favor, no te olvides de brindar por toda la basura especial que te acompaña. Lo que quisiste, pudiste y no lograste decir. Lo que no pasó más que en tu cabeza. Lo que recuerdas y lo que ya no.

Cúbrelo todo con un velo mitad perdón, mitad indiferencia, ese que a una le aparece de repente bajo el brazo algún tiempo después de una hecatombe. Tápalo todo y entonces levanta el velo. Levanta el vuelo. Y mira desde arriba cómo brilla todo. Cómo sirve todo.

Mira qué útil todo lo inútil. Qué bueno todo lo malo.


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