Asustando al huracán

De todas las inclemencias del tiempo, el viento es la única que no soporto. En serio, que me llueva encima, que me abrase el sol, que me apedree el granizo si quiere. Pero que el viento no me despeine. No, no se trata de una cuestión de estética sino de fobia a lo incontrolable. Que si tengo que salir a la calle despeinada, salgo, y si hay que subirse la falda durante un par de segundos, pues bueno, vale, pero que sea por voluntad propia, no por algo externo a mí que no puedo dominar. No me gusta lo inesperado, no me gusta que el viento me vuele los papeles ni los planes. Y, lo sé, es un verdadero problema porque en la vida la mayoría de las cosas (buenas) ocurren totalmente al margen de cualquier previsión o planificación. 

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Es cierto, la vida sería bastante aburrida si todo lo viéramos venir. Si no hubiera cosas invisibles pero poderosas, como el viento, que llegaran y arrasaran con todo. A veces ocurre para bien, y otras para mal. A veces se gana, y otras se aprende. Pero en cualquier caso, lo peor (o lo mejor, según se vea) es que no podemos hacer nada por evitarlo. Ni siquiera cuando lo vemos venir. ¿Quién no se ha sabido claramente frente a un Problema con patas y en vez de alejarse ha visto caer todas sus defensas en cuanto éste le ha guiñado un ojo?

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Hablo de situaciones, decisiones y de personas, claro. «Hueles a que me vas a hacer llorar, pero vamos a ver que pasa». ¿Y qué pasa? Pues que hacemos bien en arriesgarnos (¿qué sería de la vida sin un par de precipicios desde los que saltar?), pero ni la certeza del batacazo en sí misma nos evita los moratones ni, sobre todo, el dolor. «Está muy raro, creo que me va a dejar», y te preparas para el desastre, o eso crees, mientras ya oyes silbar el viento a lo lejos. «Está muy enfermo, sé que se va a morir», y tratas en vano de imaginarte una vida sin él, en vano porque todavía no es la tuya.

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Los sentimientos son algo así como el viento. Nos sacuden aunque los veamos llegar, aunque nos avisen, aunque nos avisemos, pero sólo cuando arrecian entendemos su magnitud. Nos ponen a prueba, nos sorprenden, nos gritan, nos susurran, nos arañan, pero también nos llenan de sol por dentro, nos acarician, nos aplacan los demonios.

Sea como sea, si algo bueno tiene el viento es que, cuando por fin para, descubres que se ha llevado todas las nubes.

2 respuestas a “Asustando al huracán

    1. ohh gracias mi aunt, a mí también me encanta mi nuevo yo, qué te voy a contar que tú no sepas ya! que las dos nos merecemos todo lo bueno que ya tenemos y lo que está por llegar! ❤

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