«Usted está aquí»

– «¡Alaaaa! ¡Qué lámpara tan grande!»

Así comenzaba hace unos días mi vista a Ikea, ese terrorífico lugar (sí, digo terrorífico y digo bien) donde los muebles son sólo la excusa. Parecíamos de pueblo: mi madre, mi hermana y yo, con la boca abierta y sin saber muy bien «pa donde tirar». La lógica nos dijo que por las escaleras mecánicas, y allí que nos fuimos.

A decir verdad, la aventura había comenzado minutos antes, con mi madre rampafóbica (de fobia a las rampas, se entiende) metiéndose titubeante en el parking interior de la macrotienda o, mejor dicho, el único que hay (el exterior es puro atrezzo, como los libros en sueco de las estanterías). Tras recordarnos unas a otras que habíamos aparcado en la «M» de «mamá» (muy tierno todo), entramos por la puerta giratoria gigante, sintiendo algo más parecido a lo que debe de sentir una cuando entra en un hotel de lujo o en un palacio de congresos, que en una tienda que te vende entrañables escenas hogareñas en sus anuncios.

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– «¡Alaaaa! ¡Qué lámpara más grande!» – fue, en efecto, lo primero que dije.

Los siguientes minutos fueron agradables, sí. ¡Qué bien pensado todo! Las camas deshechas dando esa inequívoca sensación de hogar, los armarios llenos de ropa, los juguetes de los niños desparramados por ahí… ¿He mencionado ya los libros en sueco?

Llevábamos una media hora escudriñándolo todo al milímetro, cuando (¡ay, inocentes!) empezamos a plantearnos el ir directas a por nuestro objetivo, pagar y salir. ¿Salir? Es IMPOSIBLE salir de Ikea. Corrijo, es imposible salir cuando tú quieres. Ellos, los perversos artífices escandinavos de esa trampa mortal de laberínticos pasillos, deciden cuando te vas a tu casa. 

– Bueno, pues ya está, cogemos los cojines y nos vamos.

Ahora que lo veo todo desde fuera, me imagino a los jefazos de todo el tinglado observándonos en ese instante a través de las cámaras de seguridad desde su cabina de mandos, a lo «Gran Hermano», y descojonándose de nosotras sin piedad ante tal muestra de candidez.

Lo teníamos claro, así que buscamos uno de esos paneles de «Usted está aquí». Y lo encontramos. Después de casi tres cuartos de hora, estábamos en el punto 2. De 3546. Vale, es una exageración, pero no tan grande como podría parecer. En el punto cinco queríamos morir, directamente. Las flechas nos dirigían por pasillos cada vez más enrevesados, y hubo un momento en el que, literalmente, dejé de ver lo que había a mi alrededor. Podría haber estado en una tienda de chucherías, en un desguace o un sexshop. Quería irme, y quería irme ya. 

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Hasta mi madre, culmen de la paciencia, empezaba a agobiarse, así que decidió no andarse con rodeos y desprovista de cualquier tipo de orgullo o postureo (ya sabéis como son las madres), buscó a una empleada y le vino a decir más o menos: «Quiero comprar esto. ¿Qué tengo que hacer?»

Seguimos las instrucciones de la amable señorita que, dicho sea de paso, me dio mucha, mucha pena. Yo, probablemente, moriría de un infarto de miocardio a la primera semana de trabajar ahí. Perseguimos unas cuantas flechas más (dejando atrás a una embarazada desorientada que seguramente daría a luz antes de lograr salir de la tienda), bajamos unas escaleras, cogimos un atajo… Ay, los atajos. Eso fue lo mejor. Una manera de avanzar más rápido de una sección a otra a través de unas puertas similares a las de los quirófanos de hospital. Me pareció una inquietante metáfora.

Obviando el hecho de que nuestras ganas de salir de allí y nuestra inexperiencia nos llevaron a coger unos cojines sin empaquetar de muestra, teniendo que retroceder lo avanzado casi al borde del llanto, en otra media hora más estábamos en la caja.

«¿Van a pagar con tarjeta? Pasen por ahí, irán más rápido»– nos indicó una cajera mamporrera.

La caja rápida. La de «yo me lo guiso, yo me como». Frase que, a todas luces, definió a la perfección nuestro paso por Ikea. «introduzca la tarjeta». «Ponga el pin». «Retire la tarjeta». «Recoja el ticket». Hasta nunca. Lo último es de mi cosecha. En los carteles, al contrario, ponía el típico «Gracias por su visita. Vuelva pronto». ¡Y una mierda!

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Nos dirigimos de vuelta a la «M» del parking. «M» de «me-voy-de-aquí-cagando-leches«. Al fin, dejamos atrás aquella marabunta con una sensación de tímida victoria por haber logrado nuestro objetivo, pero también de torpeza y de marionetas del sistema. Que sí, que Mercadona también es el sistema. Y hasta «Sastrería Loli», si me apuras. Pero mi visita al paraíso sueco de los muebles sin montar me hizo plantearme algunas cuestiones.

¿Tan tontos nos hemos vuelto que nos supone un desafío movernos por una gran superficie donde las reglas son ligeramente diferentes a las del resto de espacios comerciales y donde te lo tienes que hacer tú todo?

¿Quién tiene la culpa? ¿El camarero que te retira la bandeja en el McDonalds? ¿Las cajeras que te abren las bolsas en Carrefour?

¿Se ha abierto, pues, la veda del autocomercio? Pues no sé pero, parafraseando a una persona que conocí una vez, «yo prefiero que me venda el pan una señora que una máquina».

En resumen, y a riesgo de pecar de pretenciosa, qué ganas le dan a una de irse a un museo, de sentarse en una plaza o de mirar al techo de un teatro cuando sale de Ikea (o bueno, de contemplar orgullosa ese par de cojines, prueba de tu valerosa gesta). Qué ganas de no comprar nada en un buen rato (o bueno, si acaso una Coca-Cola para refrescar las neuronas). Qué ganas de no volver nunca (o bueno, a no ser que necesite algo, dentro de mucho, mucho tiempo).

«Allí donde los pasos se pierden, el encanto de todos los lugares de la casualidad y del encuentro, en donde se puede experimentar la posibilidad sostenida de la aventura». (Marc Augé. “Los no lugares, espacios del anonimato”).


10 respuestas a “«Usted está aquí»

  1. Jajajaja, muy gracioso tu punto de vista y muy bien relatado. La verdad es que sitios como Ikea pueden ser un caos si no sabes como desplazarte, esos sitios están diseñados para que pierdas tu objetivo de compra en el minuto 1 y empieces a cargar cosas que no te habías planteado que querías, me parece un producto de marketing genialmente montado y seguro que es la clave de su éxito. A mi personalmente me gusta bastante la decoración y disfruto de ese lugar, siempre y cuando no lo visite en hora punta, ya me se mover, atajar y caminar como los burros sin volver la vista a los laterales. Lo que mas me gusta, ya lo has mencionado tu, son esos ambientes que montan tan vividos, tan domésticos y cálidos, es impresionante la sensación que dan de «yo me quedaría a vivir en este micros espacio de 45 m2»
    Creeme, en Ikea también se puede disfrutar si sabes como. 😉
    Un abrazo!!!

    1. jajaja puede que tengas razón, estoy segura de que he pagado la novatada. Aún así, prefiero «la República Independiente de mi casa» a esa calidez artificial. Como bien dices, lo tienen todo pensado y bien pensado, y desde el punto de vista del marketing, es una proeza. En fin, si algún día me acostumbro y aprendo a disfrutar en Ikea, serás el primero en saberlo! jaja gracias por pasarte!

  2. XD XD jajaja es muy descriptivo tu gráfico de «usted está aquí»
    En el Ikea de mi ciudad, hay un tramo de varios kilómetros en los que no hay cobertura en el móvil y no es la primera vez que alguien se pierde y lo encuentra la señora de la limpieza de madrugada deambulando sin destino entre menaje de hogar y accesorios de cocina 😀

    1. jajaja si es que menudo laberinto, como para que te dé un chungo ahí dentro, para cuando consigan sacarte estás fiambre fijo! el gráfico lo encontré en Internet, es buenísimo!! 😀 Gracias por leer, un abrazo!

  3. jajajajaja oye me has alegrado la mañana… con lo mal que estoy yo hoy que es lunes y estoy con fiebre en la ofi… yo de Ikea puedo contarte dos anécdotas. La primera seguro que me vas a entender muy bien, porque después de pasar por tu misma experiencia, por tus mismos desvelos y sufrimientos salí de ahí orgulloso con mis platos, vasos, fuentes… y al pisar la calle se volcó el carrito. Todo roto. Un planazo eh. Imagina.
    La segunda fue un día que quería un sofá, y no nos engañemos los sofás son para dormir la siesta. Así que ahí estaba yo tumbándome en todos los sofás de Ikea probando su siestabilidad. Creo que mi padre no ha pasado más vergüenza en su vida, miraba hacia otro lado y hacía como si no me conociera…
    Un beso

  4. IKEA es lo peor… y Carrefour, y Leroy Merlin, y Toys’r’us… Odio las grandes superficies. Eso sí, vale la pena que existan por el solo hecho de que nos regales un relato tan divertido. Espero que, al menos, los cojines sean cómodos. 😉
    ¡Un abrazo!

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