Hay dos emociones básicas que mueven al ser humano. La curiosidad y el miedo. Todo se reduce a eso. La curiosidad mató al gato, dicen. Bueno, yo he visto a mi gato con la cola como un plumero, el lomo arqueado y cada músculo de su cuerpo listo para empezar a correr, y aún así asomándose a la escena del peligro. Sí, los gatos tienen lo que hay que tener. El mío va camino de los 15 años y aún no le he visto rendirse al miedo ni una sola vez.
Creemos que somos valientes los humanos, y así nos retratamos. En las películas de terror, la protagonista siempre sale de su habitación cuando oye un ruido, cuchillo jamonero en mano. Pero, en la realidad, el 90% de nosotros se quedaría tiritando bajo la manta. ¿O no?
Y así vivimos. Dedicamos calles y levantamos estatuas a los héroes de guerra, sacamos en las noticias al farmacéutico que dijo «no» a un atracador, condecoramos al bombero que salvó a aquel gato. Ay, como si un gato necesitara ser salvado.
Un señor hipocondríaco que fue al dentista después de siete meses con una caries nunca será portada de un periódico porque, veréis, hay miedos demasiado mundanos para que vencerlos sea noticioso. Y, sin embargo, son aquellos a los que nos enfrentamos la mayoría de nosotros varias veces en la vida (día sí, día no, diría yo) y los que, una vez superados, nos hacen invencibles, mucho más que unos restos de metralla en un muslo.
Es el miedo al dolor en cualquiera de sus vertientes, el miedo a estar solos, a no encajar, a perdernos por un camino que empezó siendo nuestro y terminó obedeciendo a las directrices de un completo extraño. Ese que nos mira desde el espejo cada día. El de las ojeras, las canas, las arrugas, los dientes torcidos, la nariz grande. El derrotado, el de la pose feliz. El de la sonrisa pegada. Ninguno de ellos eres tú, ¿lo sabes, verdad?
Mírate. Mírate otra vez. Otra. Bucea un poco más. Estás ahí. Nunca te fuiste. Sólo esperabas a volver a verte. A atreverte a verte.
Toma el mando. Arriésgate. Acojónate. Y luego sigue. Escúchate. No eres un felino, pero podrías serlo. Podrías saltar ahí, al centro mismo de tu miedo y gritarle: ya no te temo porque ya te he visto. Es lo mismo que hacía mi gato: husmear, recuperar el tamaño normal de su cola y largarse con mirada de victoria primero, e indiferencia luego.
Miedo y curiosidad, no podrías haberlo resumido mejor. «…son aquellos a los que nos enfrentamos la mayoría de nosotros varias veces en la vida (día sí, día no, diría yo) y los que, una vez superados, nos hacen invencibles,..» Son los miedos superados los que nos fortalecen, nos enseñan y nos hacen sentir vivos.
¡Un beso guapa!
Patri.
Así es, Patricia. Muchas gracias por pasarte y por tus palabras! muakk 🙂
Tu gato, el rey de la selva, el gran Romi! ❤
Mi pequeño gran león siempre me inspira!! 🙂 🙂
¡Gran maestro el gato!
totalmente cierto! se aprende tanto de los animales! un saludo 🙂
Saludos 🙂
P.D. Aprendiste bien.
Gatos… mmmm no me convence. Me gustan los perros. Los gatos no tienen dueño, tienen servicio. Un gato no se alegra de que vuelvas a casa, te exige sus atenciones. Un gato no te quiere, te utiliza. Perros mucho mejor 🙂
Jajaj se nota que no has tenido gato. Eso son tópicos, como el de que los perros son tontos. Yo adoro a todos los animales, pero como la alegría y el cariño de mi gato cuando llego a casa, no hay nada.
jajajajajaja y aún no te has dado cuenta que me encanta tirar de tópicos???? 🙂
Y que quede claro que los perros son listos, los que son tontos son los caballos, y en eso tengo algo de experiencia.