Buscando el sol

Y es cierto. A veces resulta mucho más fácil pensar que aquello que no pasó o pasó mal, simplemente no tenía que suceder o tenía que suceder así. Porque sí, siempre es más cómodo pasarle la pelota a eso que llamamos destino. «El destino», eso o ese al que solemos personificar como si se tratase de un señor que, debido a misterios inexplicables del karma y el universo, vive permanentemente enfadado con nosotros. Pero, en realidad, la mayoría de veces el enfado viene de dentro, y eso es algo que no siempre estamos dispuestos a asumir.

Otra cosa que funciona bastante bien es delegar la responsabilidad del fracaso en otra persona. Y es que estamos irremediablemente (auto)programados para hacer preguntas y exigir respuestas a los demás cuando, en realidad, sería infinitamente más útil trasladarnos esas cuestiones a nosotros mismos.

Lo sé porque, pensándolo bien, yo desfallecí intentando averiguar qué falló en nosotros, pero recuerdo perfectamente haber lanzado al aire cientos de «que pare». Recuerdo haber pedido miles de veces que el dolor sostenido se aflojase para siempre. Que me soltaras y ya. Sí, lo puedo sentir todavía hoy, esa sensación de no quererte más empujando desde el mismo epicentro de todo el amor enquistado.

Pero también recuerdo haberme instalado en la comodidad de no hacerme ninguna pregunta. Por eso seguí pensando que nuestro fracaso era tuyo, seguí preguntándote a ti por qué e ignorándome a mí mis porqués. Y ahora lo pienso, que quizá si me hubiese preguntado lo mismo que te pregunté aquella tarde helada, hubiese arrancado mis raíces mucho antes y las hubiera plantado en algún otro lugar lejos de ti.

Pero no lo hice. Continué haciendo lo que se suponía que tenía que hacer: preguntarte a ti, a los sueños, a las señales y hasta al cielo. A todo menos a mí.

«¿Me quieres?», fue lo que quise saber esa tarde. La pregunta era para ti, pero algo dentro de mí se dio por aludido y en los siguientes días a tu silencio no paró de gritarme «¡Sí!» «¡Sí!» «¡Que sí!». Y entonces lo supe. No es que tú no quisieras estar conmigo. Es que yo no quería estar contigo más. Recuerdo que respiré muy hondo una última vez y me marché, como siempre, buscando el sol.
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11 respuestas a “Buscando el sol

  1. Lo malo de preguntarse a uno mismo es que muchas veces somos los que más nos engañamos… eso es así. Nos rompemos en todas nuestras personalidades, las soltamos para que discutan y pasamos horas sin avanzar un centímetro ni poner nada en claro. Pero a veces, no muchas, todo está tan claro, que tenemos la respuesta en la punta de la lengua y nos sale del alma.
    La clave no es preguntarse más, si no responderse mejor.
    Besos

      1. qué bien suena eso 🙂 algún día haré unos premios al mejor lector y tú estarás en el top five de nominados! jaja

  2. Yo creo que lo que a veces nos cuesta es abrir los ojos, aunque en el fondo sepamos lo que pasa. Nos lo negamos, nos cuesta reaccionar y nos acomodamos en la pasividad, culpando al mundo de lo que nos pasa. Hasta que algo hace click (por fin) y cogemos el toro por los cuernos.

    Un beso, guapa,
    Patri.

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