Son las cinco de la tarde. El día se ha vestido con una perfecta combinación de sol y frío. Voy paseando por la avenida. Voy paseando y pensando. Intentando pensar en no pensar, mejor dicho. Sí, eso hago.
Son las cinco de la tarde y algunos segundos más. El rastro de dos aviones ha marcado una cruz en el cielo. No puedo evitar pensar en un mapa pirata. En un mapa del tesoro de esos amarillentos y con calaveras que salen en las películas de aventuras.
Me concentro en ese punto blanco en el cielo y sigo pensando en nada. Hago como que todo lo que tiene que ver con él es igual a nada, mejor dicho. Pienso en él, mejor dicho.
Últimamente me paso la vida intentando decir mejor las cosas, esa es la verdad. Pocas veces digo lo que quiero decir a la primera. Creo que lo digo con los ojos, con la sonrisa, con las manos. Con todo el cuerpo menos con la voz.
Un par de aviones más se acaban de cruzar. Y ya van cuatro. Ya van dos cruces blancas señalando, quién sabe, quizás dos tesoros escondidos más allá de la estratosfera.
Pienso, de repente, en lo sencilla que es una cruz. Y me alivia porque es la primera vez en todo el día que pienso en algo diferente. Qué sencilla, una cruz. Dos líneas caminan, se encuentran y se dejan ir. Cada una sigue su curso. Son cosas diferentes pero, a la vez, forman parte de una misma cosa porque un día, un instante, en un milímetro de cielo, de papel o de vida, se encontraron. Y ya está.
Mierda, ya estoy pensando en él otra vez.
Qué fácil sería la vida si con las personas ocurriera igual. Qué dramáticamente fácil. Y de cierto modo así es, solo que ese punto en el cielo que ahora mismo veo difuminarse, en el caso de las personas puede medirse en años. Puede ser un montón de miedos convertidos en motivos, y luego en heridas, y luego en miedos otra vez. Ese puntito que ya apenas veo, puede enseñar lecciones, puede pasar sin pena ni gloria. Puede tomar la forma de un refugio, o de una cárcel, o del cielo mismo. Porque en la vida hay puntos que duran un suspiro y otros que duran mientras siga quedando oxígeno.
Son las cinco y algo. Y mucho. Llevo demasiado tiempo pensando en cruces, y eso que ya no hay cruces en el cielo. Se han difuminado imperceptiblemente, delante de mis ojos. Ahora me parece mucho más aburrido. Nada se encuentra con nada. Qué dramáticamente aburrido.
Pienso en él, mejor dicho, en nada. Pienso en decirle que no quiero un cruzarnos y ya. Que quiero que seamos un punto tan grande que tape el sol. Pienso en que ya no soy más parte de aquella vieja cruz, que ahora mi cruz somos nosotros. Pienso que prefiero no seguir mi camino si ese camino mío me aleja de nuestro centro, de nuestro algo en común. Pienso que podríamos ser una cadena de cruces que se separan y se recomponen. Algo parecido a los cordones de unas zapatillas. A una espiral de nube.
Ya casi son las seis. Pensar en nada hace que el tiempo se consuma veloz. Pensar en él, también. Un avión vuela solo cerca de un sol tímido, en retirada. No hay más aviones a la vista. No parece que su estela vaya a cruzarse con otra. Qué pena, o mejor dicho, qué suerte. A lo mejor hay estelas que solo refulgen al sol. Que sólo pueden cruzarse con el sol.
A lo mejor el sol es él. Mejor dicho, tú.
Me ha encantado la interpretación de las cruces.
Saludos 🙂
Muchas gracias!! Un abrazo ☺
Puede que esté fatal de la cabeza, bueno, mejor dicho sabes que lo estoy, pero yo con tantas cruces me he acordado de la quiniela!!!
Besos
Fer
«Son cosas diferentes pero, a la vez, forman parte de una misma cosa porque un día, un instante, en un milímetro de cielo, de papel o de vida, se encontraron. »
Me ha encantado.
Saludos.
Hermoso
Gracias, Sonia ☺😙