Lo nuestro sucedió como sucede todo. Una casualidad abriendo una posibilidad. Una posibilidad convertida en camino. Dos personas fingiendo que no podían seguir otros pasos que no fueran esos, los que llevaban hacia ese camino y no otro.
Pasamos los días felices. De esa clase de felicidad tonta que se conforma con naderías que lo son todo. Un café a medianoche, un autobús perdido adrede, un paseo en coche al mediodía. Todo. Nada.
Pasamos las semanas serenos. Hablando del paso de los años en los que todavía no nos conocíamos. Y con todos esos recuerdos ajenos, ella y yo convertíamos las tardes en lienzos colapsados de color. Y la suma de todos los colores, para mí, siempre resultó igual al extraño color de su piel. Demasiado blanca, demasiado cetrina, demasiado oscura según la luz. O quizá lo que cambiaba no era el sol sino ella. O quizá lo que cambiaba no era ella sino yo.
Hasta que un buen mal día, discutiendo, ella me dijo que al principio, lo sabía, yo la había utilizado por su cuerpo. Tuve que confesarme y decirle que sí. Que cada segundo de aquellos primeros minutos a su lado, utilicé su cuerpo como un puente que llevaba a esa otra parte donde sólo podía ser yo y, por suerte, nadie más. Donde ella era ella y, por suerte, nadie más.
Donde la casualidad se convertía en un modo de vida y la posibilidad, pues eso, en el único camino cierto.
Me gusta mucho eso de «la casualidad convertida en modo de vida» yo suelo decir mucho que la vida es lo que nos sucede mientras hacemos planes. Y la verdad, leer lo que compartes siempre es un plan agradable.
Besos
Fer
Muchas gracias, Fer! Toda la razón tienes con eso de los planes, dímelo a mí 🙂
A ti??? Yo en una semana pase de vivir en Madrid y estar pensando en casarme a irme a Chile soltero… Supera eso!!
Insuperable. Yo es que soy muy de mis planes y a cualquier cosa lo llamo «improvisar» 😉