Crear. Producir algo desde la nada es un instinto que todos tenemos. Va unido a la condición de ser humano. Por eso pintamos, escribimos, cocinamos o nos enamoramos. Sí, lo último también. El amor es el horno más productivo del mundo, el lienzo más grande del mundo, la carta más larga del mundo.
Cuando amamos estamos creando. Y aunque al fruto del amor, que madura sin descanso, no lo llamemos arte, deberíamos.
Porque así como un libro es arte, todas las palabras de amor que me dedicas son una obra maestra.
Porque así como hay lienzos que algún día fueron blancos y ahora cuestan millones, tu sonrisa no cuesta nada, pero vale trillones y no tiene precio. Todo al mismo tiempo.
Porque así como me encanta mezclar ingredientes y crear sabores, texturas y formas, no he probado nada más delicioso que ser testigo de tu felicidad cuando dices que soy yo quien la provoca.
Por eso tú eres mi obra de arte favorita y lo nuestro la creación más perfecta en la que he participado jamás. Por eso confío en toda una vida de probarte, leerte, escribirte y pintarte. A ti, mi escultura viva, mi corazón de chocolate, mi manual de cómo ser feliz en solo un paso.
Por eso vamos a seguir creando mundos que solo nosotros entendemos, que no tienen explicación. Que quizá no sirvan para nada, como la Mona Lisa o la mejor cheesecake. Porque así es el arte, prescindible pero irrenunciable.
Sí, el mundo hubiera seguido girando para nosotros si no hubiese habido un nosotros, pero entonces todo habría sido diferente. Como la Mona Lisa sin sonrisa o una cheesecake sin galleta.
¿Y quién quiere que algo sea distinto cuando es lo mejor que le ha pasado en la vida?
¿Quién puede conformarse con solo vivir cuando puede pasarse la vida creando arte?
Tejetintas 