Epicentro

¿Hace cuánto que no nos escuchamos?

¿Que no paramos?

¿Que no vivimos con los sentidos abiertos de par en par?

Puede que ni siquiera seamos conscientes de que hace más de lo que querríamos. Pero sí, es verdad: nos hemos acostumbrado a vivir en un mundo al galope en el que cuenta más contarlo que vivirlo. Importa más demostrar que estuviste, que disfrutar de la impagable sensación de la intimidad, del secreto incluso. Del «solo tú y yo sabemos que estuvimos aquí en este lugar y en este instante, y por eso es maravilloso».

Nos hemos convertido en esclavizados narradores de nuestras vidas movidos por la falsa creencia de que a alguien le importa lo que hacemos. No, a nadie le importa más allá de un neurótico vistazo a una pantalla tan irreal como su interés.

Y aun así lo hacemos. Contamos lo que hemos hecho sin preguntarnos si de verdad lo hicimos al 100% o nos quedamos solo en el 50% de sacarle fotos. Muchas fotos. Instantes congelados que son solo la sombra de una historia que perdimos la oportunidad de vivir de verdad. Con el corazón volcado y los ojos desorbitados. Así como se viven las cosas que de verdad importan.

Vivimos con la bandera a media asta, superados por la carga de tener que llegar a todo en un escenario tan superficial como la manera que tenemos de mirarlo. Supeditados a un mundo que no controlamos y que nos parece tan injusto que a veces lo obviamos para no hacernos más daño. Para evitar la culpa, quizás.

Corremos pero no sabemos a dónde vamos. La velocidad hace tiempo que nos engulló la calma. Y yo no sé si este es un mal que se cura. Si es personal o social. Si las redes sociales nos ayudan o nos perturban. No lo sé, pero si tienes la suerte de encontrar, en este camino de caos y prisa, un descanso, un agarre o una brisa que te aligere el paso, no la dejes pasar.

No le dejes escapar.

Si tenemos que vivir veloces e irreales, sumisos al paso del tiempo, reduciendo a unas pocas ocasiones aquellas en las que echamos el resto y sentimos de verdad, qué mejor que disfrutarlas en la mejor compañía.

Por eso abraza, como si fuera tu primer abrazo, a aquel que te diga que apagues el móvil, que dejes tu trabajo, que te montes algo por tu cuenta. Que persigas tus sueños, que te enfurruñes menos, que persigas el buen amor. Que seas un poco más niño. Que vivas de verdad. Abrázalo y síguelo. Síguelo como si supieras a dónde lleva la incertidumbre de cambiar las cosas para siempre.

Quédate con quien sea un oasis en medio del eterno desastre.

Pero sobre todo, quédate contigo. Escúchate y hazte caso porque solo tú sabes lo que quieres hasta cuando no lo sabes. Solo tú puedes cambiar las cosas de dentro hacia fuera. Empezando por vivir de verdad, por enfrentar los sentimientos, sean cuales sean. Siente el dolor de aquel primer corazón roto. El alivio de aquel aprobado. La euforia de ese festival de música. La temblorosa emoción del primer mejor beso de la historia. La humilde sencillez que enseñan los animales, la naturaleza, el amor de cualquier clase.

Vive todo eso sin redes, sin exponerlo al mundo. Guárdalo en un lugar seguro donde sí sea apreciado. Conecta con ello y contigo. Quizás aprender a ser mas conscientes de nuestro propio camino sea el primer paso para despertar al mundo. Quizás nos hemos vuelto tan alérgicos al no tener nada que hacer, al escucharnos los latidos mientras miramos un atardecer, que ya no sabemos estar solos.

Disfruta de tu soledad. Date un baño y no se lo cuentes a nadie, por favor. Aunque te hayas comprado esas bolas de sales que dejan el agua tan bonita. No lo enseñes, es absurdo, nadie podrá oler el aroma a flores ni disfrutar de esa agradable y tibia caricia del sumergirse.

Disfruta de tus momentos a solas y acompañado y, de una vez por todas, deja de ser un secundario y conviértete en el epicentro de tus días. Deja que el foco de atención dejen de ser las cosas, los lugares, las otras personas. Deja que ese epicentro seas tú y descubrirás que, si se mira desde el ángulo adecuado (una vez más, siempre de dentro hacia fuera) las cosas, los lugares y las otras personas ganan mucho más. Que si aprendes a bajar las revoluciones, quizás el mundo se relaje contigo. Que si lo vives al 100%, no necesitarás contarle a un desconocido lo que cenaste anoche.

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