Dicen que San Valentín lo inventó El Corte Inglés, pero yo (que he celebrado San Solterines como para parar un carro) siempre he defendido la existencia de un día para celebrar el amor. Que sí, que el día del amor es todos los días. Pero somos humanos. Necesitamos ritos. Fechas marcadas a boli en un calendario de restaurante chino. Momentos que esperar con el corazón ilusionado. Recuerdos que fabricar antes de que hayan pasado.
Hay días para todo, hasta para las cosas más absurdas, y el amor, una de las más importantes, tiene que tener el suyo. ¡Cómo no iba a tenerlo! Y oye, no hace falta regalar diamantes ni ramos de flores como cabezas. No hace falta regalar nada. A lo mejor con una notita en el espejo basta. O con el mismo te quiero de cada mañana pero esta vez pronunciado más despacio.
Y no tiene que ser un 14 de febrero. Puede ser un 23 de mayo. O un 8 de noviembre. Puede coincidir o no con lo que marca la tradición. Pero escoged un día: uno que no sea aniversario, ni cumpleaños, ni nada.
Y que sea el día. Miraos conscientemente, como si nadie llegara tarde a trabajar o como si no hubiera mil platos por fregar. Tomaos un descanso. Salid a cenar o pedid un 3×1 del Domino’s Pizza. Marcaos un maratón de Netflix o bailad hasta que os duela todo menos el alma. Gritad «que viva el amor» desde el ático del edificio. Escapaos a una cabaña o montaos a los columpios como cuando erais niños.
Celebrad el amor, sea como sea. Sea cuando sea. Celebradlo cada día. Valoradlo siempre. Y un día al año, todavía un poquito más.
Buen consejo. Un beso
¡Gracias, Susana! Otro para ti. 🙂