Quizás Xoel López tenga razón y todos los caminos lleven a la misma parte. ¿Os imagináis? Todos los caminos del mundo, los que toma cada persona con cada decisión de su vida (y los que deja atrás): todos, todos, desembocando en un mismo lugar.
No parece tan descabellado si lo piensas bien. Quizás la vida tenga las mismas metas, pero distintos paisajes, para todos. Superar la pérdida, ganar autoestima, reponerse, vencer al miedo. Metas comunes. Caminos distintos.
Caminos inciertos.
Como tomar una decisión que te sorprende hasta ti misma. Como cortarse el pelo y dejarse flequillo, o vender el coche y comprarse una bici. Como probar eso que nunca antes o decir que sí a un plan inesperado.
Pequeños senderos que conducen a alguna parte. Siempre a alguna parte.
El otro día tomé uno de esos caminitos que se toman un poco a la ligera. Se abren por casualidad delante de ti y dices «venga, va». Al final de la noche, ese «venga, va» se convirtió en un «menos mal». Porque encontrarse por el camino esa señal de «vas bien» tranquiliza. Y yo ayer me quedé muy tranquila.
Porque dice Xoel López que siempre hay tierra seca tras la arena mojada. Que hay que saber decir QUE NO a lo que es que no. Dice, entre líneas, que el desastre, con gracia, es menos desastre.
Ayer se dijo, pero no fue Xoel, fue el camino, que hay canciones que curan más que un año de terapia. Que una noche con amigas, también. Que hay que soltar con la fuerza de un ciclón. Que hay que celebrar lo bien que va todo cuando todo va bien.
Ayer aprendí, una vez más, que la música y la poesía son nuestro mejor legado como especie. Que la rabia se suda bailando y el amor se celebra gritando.
Ayer me dí cuenta de que hacía demasiado tiempo que no la veía con el jersey atado a la cintura. En plan «a mí dame más canciones que me las como todas». En plan «jodida pero contenta». Y me hizo pensar de nuevo en flores y en cicatrices y en lo bellas que estamos cuando nos recomponemos.
También me dí cuenta de que esa sonrisa con rizos me salva todos los días. Y tener un salvavidas a mano cada día es un lujo que no todos pueden permitirse.
La música me inspiró. Me recordó. Me equilibró.
Y de ti, sin estar, aprendí que entre nosotros la lluvia nunca cala: resucita. Y, mientras me desgañitaba cantando letras de despecho y desamor en abstracto, no pude dejar de darte las gracias en silencio por no suscitarme nada de eso. Nunca.
La música a veces hace milagros
¡Así es!
🙂