El otro día tuvimos una sesión de coaching en el trabajo. El psicólogo nos explicó que la cultura española es una de las más críticas cuando se trata de valorar a otra persona. Al parecer somos especialistas en señalar imperfecciones, en ver la paja en el ojo ajeno y en esa cosa tan horrible de «decir siempre la verdad a la cara».
Y, sin embargo, piropos pocos. Cumplidos, los justos. «¡Si hasta nos insultamos para demostrarnos cariño!» – recuerdo que apuntó el coach.
Es verdad que tenemos que mejorar en eso. Alabar más la sonrisa y pasar por alto las ojeras. Entender que uno puede estar gordo, delgado, blanco o cansado porque quiere o porque sí. O por cualquier otra cosa. Aprender a ser asertivos es importante, pero no hay que olvidarse de ser amables como nos gustaría que lo fueran con nosotros.
Todavía recuerdo un día de invierno en que una mujer mayor me paró por la calle. Creía que me iba a preguntar por una dirección, pero se me quedó mirando muy fijamente y me dijo que mi gorrito de lana era precioso y que me quedaba fenomenal. La reacción de esa señora me causó tanta sorpresa como alegría. Y esa alegría, os puedo asegurar, me duró para todo el día.
¿Os imagináis un mundo de decirnos lo bonito en vez de lo malo? Un mundo de «me encanta tu pelo», «hoy pareces muy contenta», «eres un/a gran compañer@ de trabajo», «me has atendido fenomenal». Un mundo de ir contagiándonos la alegría y dejar la crítica para los que cortan el bacalao.
Ojalá, aunque suene tópico, más abrazos gratis en las esquinas, más conversaciones que pantallas de móviles en el metro, más decirle a esas personas que llenan las horas del día que sin ellos nada sería lo mismo.
¿Empezamos mañana?
Buena idea. Un beso
¡Un abrazo! ❤