No quieras abrir esa puerta

Lo vi de reojo. Estaba de pie, inmóvil y aparentemente sereno mientras escrutaba la lista de aquel día. Repasaba mentalmente todos los caminos que debía seguir. Literalmente. O quizá me equivocaba. Quizá sólo aparentaba estar concentrado y en realidad estaba pensando en las musarañas, o en esa chica, o en su madre, o en cómo pasar de escena en el Call of Duty.

Eso es lo bueno de las barreras mentales. Las que existen de cara a los demás y las que nos ponemos a nosotros mismos. Por mucha tecnología, redes sociales, servicios de geolocalización, Wifi y otros artilugios-muelle que inventen, nunca (espero) podremos leer las mentes ajenas.

Artilugios muelle. Dícese de aquellos que nos permiten mostrar al mundo una imagen determinada, precocinada y oportunista de lo que somos. Instagram, Facebook, Twitter. WordPress, tú tampoco te salvas. Todos nos creemos libres delante de un papel o pantalla en blanco. Creemos que no escribimos para nadie excepto para nosotros mismo, pero lo cierto es que incluso cuando sólo miramos nosotros, mostramos únicamente lo que queremos mostrar.

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Como entonces… ¿Cómo podría haber seguido con aquello si no hubiese sido por aquella barrera? Por LA barrera. Me mostré a mí misma sólo mi parte callada, paciente, ilógica. Silencié todo lo que demás. Me lo obvié porque no necesitaba saberlo, no me iba a ayudar en nada. ¿Qué hubiera pensado yo de mí si me hubiese mostrado todo, sin barreras?

Qué suerte que existan. Que nos volvamos locos y locas intentando averiguar qué piensa esa persona. Que nos mutilemos la esperanza con conjeturas. Que intentemos encontrar, en vano, respuestas en miradas. Porque puedes conocer a una persona como la palma de tu propia mano. Puedes conocerla incluso mejor que ella a sí misma. Puedes saberte de memoria cada lunar y marca de su piel, cada curva y recodo de su anatomía, cada manía, cada reacción, cada sombra. Pero hay barreras que jamás te dejarán ver la luz. Hay respuestas que nunca obtendrás.

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Puede que no te hayas ganado el derecho a conocerlas, aunque eso a ti se te antoje un insulto debido a la abultada chepa de sacrificio y orgullo herido que llevas a cuestas. Puede que, a pesar de todo eso, él o ella no quiera abrir esa puerta. Y, mal que te pese, no habrá nada (ni gritar, ni rogar, ni esperar) que puedas hacer.

Puede que esperes una respuesta a una pregunta que aún no se ha hecho a sí mismo. Puede que esperes una pregunta a una respuesta que ya tienes, enquistada desde hace mucho tiempo, y que nunca llegue.

Las barreras nos lo ponen difícil, nos desesperan. Son el palo en la rueda, la pestaña en el ojo.

Tu barrera me lo puso imposible, me comió la esperanza. Fue una zancadilla constante, un velo en mi mirada. Tu barrera me atrapó y luego me disuadió. Me acercó y me lanzó lejos. Me hizo caer y, entonces, pues me levanté.

Las barreras nos salvan a veces.


8 respuestas a “No quieras abrir esa puerta

    1. Muchísimas gracias! qué me va a importar, me alegra muchísimo que te hayas acordado de mi blog. Soy un desastre para estas cosas, pero prometo echarle un ojo. ¡Un beso muy grande y gracias otra vez! 🙂

  1. Esas barreras son Las que nos enseñan a seguir caminando. Preciosas palabras, me gustaría que visitases mi blog para darme tu opinión! hoynocuenta.blogspot.com.es un beso y feliz domingo!

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