Siempre quiso, pero nunca pudo. Ella fue para él como abrir una puerta sin pomo, como volar sin alas, como leer poesía sin tener alma.
Pero su incapacidad solo le hacía intentarlo más: con más fuerza, y cada vez con menos acierto. Cada vez más perdido. Luchaba y no se rendía nunca, nunca, nunca. Dando palos de ciego, cincelando sus recuerdos a hachazos, mirándola sin verla.
Ganas no le faltaron. Ni voluntad, ni nada. Sólo ese poco, sólo ese medio centímetro que separa una diana de un fracaso.
Al final, lo que importa son los resultados. El querer no basta. El querer querer, tampoco. Aunque, llamadme loco, siempre encontré algo de belleza en el hecho de que él, voluntaria y conscientemente (y no como sucede con la lotería del amor), quisiera quererla a toda costa. Y siempre me pregunté si alguna vez llegaría a querer querer así a alguien.