Si el titular de este post fuese una foto, esta sería la mítica imagen de Macaulay Culkin en «Solo en Casa». Esa con la mueca de miedo (la boca abierta y las manos pegadas a las mejillas), aunque también podría ser de sorpresa, de incredulidad, de «Oh My God».
Lo que pasa cuando una persona se tira 8 horas hablando sobre ropa, diseñadores y peinados (AKA outfits, creadores y hair styles), es que al final acaba por desarrollar un espíritu crítico que lo invade todo. Y así, acabas descubriéndote a ti misma reprochándole a tu madre que las zapatillas de ir por casa no le pegan con la camiseta.
Pero desvaríos mentales de una redactora de moda aparte, lo que quería hacer en este post (y que nunca me sale, oye) es ir al grano. Y yendo al grano me toca decir esto: las famosas/actrices/cantantes etc. que salen por la tele NO LLEVAN SUJETADOR. En serio, comprobadlo. Me vale un anuncio, un capítulo (578245629) veces repetido de «La que se avecina», un reality de princesas o casi cualquier otra cosa (los informativos se salvan, de momento).
¿A qué obedece esta extraña costumbre de las féminas televisivas? Ni idea, pero puede que tenga algo que ver con aquello que me enseñaron en la carrera sobre la publicidad que sugiere y seduce en lugar de informar y persuadir. O puede que esté relacionado con esa faceta exhibicionista que TODOS (y digo todos) llevamos dentro y que está aflorando peligrosamente con la llegada de apps como Instagram.
Instagram, esa aplicación-red social-chisme para combatir el tedio que se nos ha ido de las manos (y a mí la primera). Ahí donde abundan los selfies, las fotos de comida, las instaquotes pero, sobre todo y lo que es más preocupante, las fotos en la bañera, las de barrigas, las de escotes, las de culos en bikini y -según he podido descubrir recientemente gracias a una desafortunada etiqueta mal escrita- también las de otras partes blandas.
La cosa está así. Enseñamos nuestro cuerpo sin problema alguno (y genial que me parece), pero nos avergonzamos de airear otras partes de nuestra intimidad, véase fotos de nuestra infancia o de nuestra santa madre, por ejemplo. «¿Hay algo peor que el hecho de que tu madre se haga Facebook?» Sí, que eso te suponga un problema, hijo/a desnaturalizado.
De ese pudor a mostrar (ciertas cosas de) nuestra vida privada al mundo, nace ese absurdo reto «feisbuquero» que inunda la red social de Marc Zuckerberg estos días. «Venga vaaa, chiquiii, para superlibrarme de invitarte a una supercena haré el titánico esfuerzo de levantarme del sofá para escanear una foto descolorida del álbum polvoriento de mi estantería y así mostrarle al mundo lo cutre que era mi ropa cuando tenía 5 años y lo mucho que he mejorado con los años».
Cosas así, y peores, se leen estos días por Facebook. Y a mí se me pone cara de Macaulay y me pregunto: ¿por qué? Lo que es a mí, no me hace falta ninguna apuesta para enseñarle al personal lo adorable que era de pequeña. Ni siquiera mi coletero de flores, ni mis jerseys estampados, ni mis faldas escocesas con leotardos blancos, me hacen echarme para atrás. Porque, lo que es yo, recuerdo mi infancia como algo maravilloso. Como una etapa fantástica sin preocupaciones ni problemas, sin lugar para la (auto)crítica. Cuando no importaba si algo no combinaba con algo, cuando podías decir que tu canción favorita era el «Wannabe» de las Spice Girls y salir airosa, cuando no había redes sociales y la tecnología más avanzada de tu hogar era un ordenador más grande que un tractor (amarillo) y que siempre tenía cerca un paquetito de «disquetes».
En fin, exaltación del pasado causado por un presente a tropezones, supongo. Una reflexión que, cuando vuelva a leer, se me antojará caótica y sinsentido. Algo así como la vida, algo así como las mejores cosas de la vida. Aquellas que no se etiquetan, que no se pueden definir con un hashtag y que nos devuelven, por un momentito, a tiempos más sencillos y menos ególatras. Tan sólo durante unos instantes: porque «the show must go on», los sujetadores brillan por su ausencia y la gente se vuelve, cada día, un poquito más loca.
Memorable. Post para guardar y releer. Me ha encantado esta caótica reflexión tan bien estructurada. Tampoco yo entiendo lo del virus de las fotos de la infancia. De momento, a mí no me ha llegado. A ver qué hago cuando me toque… Y sí, yo también me había fijado en lo de los (no) sujetadores… Estoooo… Sí, por simple curiosidad empírica. Saludos!
Me alegro de que esta absurda reflexión te haya entretenido. A mí ya me llegó el «virus» del Face y salí del paso diciendo precisamente lo mismo de aquí. Por mí como si hubiera que sacar todos los días un retrato infantil descolorido. Sería mucho mejor que algunas de las cosas que se ven por las redes sociales…
Gracias por pasarte!! 🙂