Tejetintas

Pantallas tamaño campo de fútbol. Teléfonos más inteligentes que algunas personas con cientos de aplicaciones absurdas y no tan… vale, sí, absurdas. Redes sociales para parar un tren (o parar tu vida). 

Con tantísimas distracciones, hoy en día aburrirse es complicado. Todo un lujo al alcance de pocos: ninis fuera del horario de emisión de «Mujeres y hombres y viceversa», jubilados ociosos, gente rara sin ordenador o, ya directamente, monjes tibetanos. Desde hace un tiempo, nos aburrimos cada vez menos. ¿Afortunadamente? 

No. Definitivamente, no. El aburrimiento, como todo, en su justa medida, es sano, necesario, terapéutico, eficaz. Maravilloso. Os lo dice una persona que no sabe estarse quieta, que garabatea mientras bebe, teclea mientras llama, come mientras lee y habla mientras piensa. 

Qué ganas tenía de vacaciones. Qué ganas. Sin playas paradisíacas (ni de las otras), sin deportes de riesgo (ni loca), sin festivales de música (¡larga vida al postureo!) ni, básicamente, grandes planazos.

¿Quién los necesita pudiendo aburrirse? ¿Pudiendo hacer sencillamente nada? Mirar al techo, cansarme de leer y hacerme la uñas -más por llenar el tiempo con algo, que por ir mona-. Ponerme una peli y pararla para ver a mi tortuga chapotear. Salir a pasear con los cascos puestos y notar, por primera vez en mucho tiempo, la mente ligera, pausada, agradecida por el descanso.

Básicamente a eso me he dedicado estos días de perreo (que antes del reggaeton significaba hacer el vago) previos a las verdaderas vacaciones. Las que empiezan mañana con mucho sol, piscina, niños, paz, cocina, tormentas inesperadas (¡hazme ese favorcillo, cambio climático!) y, con un poco de suerte, un poquito de aburrimiento.

Ah, y por supuesto, letras, muchas letras. Que nunca falten las letras. Porque Tejetintas cierra unos días por vacaciones, pero mi bolígrafo no.. ¡Feliz y «aburrido» verano! 🙂