Hace unas semanas me apunté a la piscina por eso de que el deporte alarga la vida y aplaca el mal humor. Al principio, mi estilo nadando era «a lo perrillo en el estanque de un parque», y ahora… Bueno, ahora puede que siga igual, sólo que la calma azul que me invade cuando meto la cabeza debajo del agua diluye cualquier complejo, creo yo.
Esta mañana ha habido un momento en el que estaba yo tan a gusto y despreocupada en mi mundo que, ante las miradas de algunas personas, he sentido la firme convicción de que mis movimientos se parecían cada vez más a los de Mireia Belmonte. Me he sentido cual Ariel «bajo el mar» y hasta me he imaginado que mi compañero de calle, un señor de mediana edad, era un cangrejo patoso cualquiera (que no Sebastián ni Don Cangrejo).
Aún sonaban los acordes tropicales de la banda sonora de La Sirenita en mi cabeza, cuando me he quitado las gafas de bucear en un gesto decidido y un tanto chulo y he podido comprobar (HORROR) que se me había salido el (favorecedor) gorrito de látex, que pendía sobre mi coronilla, estilo birrete. «Pues sí, pringada, por eso te miraban todos», he pensado irremediablemente, luchando por respirar mientras el señor-cangrejo me adelantaba.
Lo reconozco. Hace un tiempo la situación me hubiera parecido todo un «ARGG» de la Cuore, o para las más nostálgicas, un «Tierra Trágame» de los tiempos de la Bravo. Pero lo cierto es que, en esta ocasión, la vergüenza me ha durado hasta el vestuario. Allí he empezado a reírme de mí misma y ya no he podido parar en un buen rato. Ha sido entonces cuando me ha venido a la cabeza la señora que me cantó al oído el otro día. Sí, una señora desconocida se puso a entonar una alegre cancioncilla justo al cruzarse conmigo. «Qué tía más loca», pensé primero. «O igual la loca soy yo», pensé a continuación.
El sentido del honor, del quedar bien, del salir airoso, está sobrevalorado, amigos. Os lo dice la reina de la compostura y la elegancia (en todos los lugares, menos en la piscina). Porque me pregunto yo… ¿por qué está mal visto cantar por la calle? ¿Por qué señalamos con el dedo a los que dan palmas, bailan o canturrean en público? ¿O a los que se besan como si no hubiera un mañana? «¡Iros a un hotel»! – pensamos. Y, de acuerdo, dependiendo del estado emocional en el que una se encuentre, presenciar una de esas escenas de pasión urbana no sienta muy bien que digamos. Aún así, yo prefiero de lejos ver un morreo en alta definición, que a un nini liándose un canuto en mi cara.
Porque me vuelvo a preguntar… ¿Por qué hay que esconderse para darse amor pero la gente tira sin tapujos los envoltorios al suelo? Que no es que sea yo fan del exhibicionismo ni de montárselo al raso, pero no deja de ser curioso ese extraño sentido nuestro del pudor. Pudor para cantar, para bailar, para pelearnos («porque-los-trapos-sucios-se-lavan-en-casa»). Para las cacas en medio de la acera o las plazas para minusválidos ocupadas indebidamente, el pudor desaparece milagrosamente. Y eso que son actitudes castigadas por multas. Y eso que por canturrear o dar palmas (sin montar un escándalo a lo clan de gitanos en las Urgencias de un hospital) aún no han detenido a nadie, que yo sepa.
Ay, cómo somos.
jajajaja cuando tienes un día malo (pero, malo) como tengo yo hoy es genial encontrarse con cosillas como esta. Si fuera creyente diría eso de Dios aprieta, pero no ahoga, pero como no lo soy (o no sé si lo soy) me quedaré en que son pequeños regalos que te da la vida.
Mira en mi línea te contaré algo que me pasó a mí, para que veas que no estás sola en el mundo del ridículo, Yo antes hacía concursos de salto a caballo. Imagina cómo son los pantalones de montar… blancos… de algodón… ajustados… y yo, que siempre he sido despistado, no supe leer el atuendo y por la mañana al vestirme me puse los primeros calzoncillos del cajón. De corazones rojos. Imagina. Y competía con tres caballos. En el primero todo el mundo se partía de risa al ver cómo yo iba dando salto poniendo el culillo en pompa con los corazones bien visibles. En el segundo ya decidí que total como ya me había visto todo el mundo pasaba de cambiarme,
Un beso
jajaja esa es buena! pero y lo que se rió la gente gracias a ti? hiciste una buena obra!
y lo que me reí yo de mí mismo… me di cuenta en mitad del primer recorrido. Iba dando saltos muerto de risa y todo el mundo me miraba pensando que me había vuelto loco. Pues sí. Y así me he quedado…
Tienes la capacidad de hacer sonreír, no la pierdas que nos hace (me hace) falta!!
mejor hacer reír, que hacer llorar. Muchas gracias, aquí estaré, que como dice Alejandro Sanz «no es que sea mi trabajo, es que es mi idioma» 🙂
Pues llevas toooooooda la razón. La verdad es que yo me he reído con esta entrada (y con los comentarios jeje), Quizá es que, a veces, el ser humano tiene ese punto en el que dice: «mira que malote soy» y, efectivamente, quiere que lo miren, y le falta ese otro en el que uno dice: «mira cuánto tengo para dar», que es infinitamente mejor. De hecho, me estoy acordando de un chico con el estuve saliendo hace ya mucho tiempo y del que casi llegaba a odiar ese afán que tenía por no besarnos en público, aún cuando todo el mundo sabía que estábamos juntos; para él, los besos sólo eran parte de la intimidad… ¡pues vaya rollo!. Desde entonces, me propuse que no saldría con nadie que no quisiese que nos besáramos en cada semáforo (o casi 🙂 ).
Por cierto, llevo todo el día tarareando «amiga mía» y ¡ahora me encuentro con esto! 😀
Un abrazo
http://entreconjeturasyteoremas.blogspot.com.es/
Entrada que me ha hecho sonreir de buena mañana….sólo por eso ya merece la pena 🙂 Totalmente de acuerdo contigo. Tenemos un pudor excesivo ante cosas que forman parte de nuestra naturaleza, como son dar amor a otra persona, o divertirnos bailando, saltando, riendo…. Me parece un absurdo total. Hay que expresarse libremente, siempre que eso no perjudique a nadie 😉 Creo firmemente que ese pudor viene en nuestros genes, de tiempos pasados, donde nada se podía mostrar en público, y los padres han transmitido ese pudor a sus hijos durante generaciones (no tan lejanas, acordémonos del franquismo). Aún nos quedan reminiscencias.. hay que intentar dejarlas por el camino, yo creo que lo conseguiremos con nuestros hijos 😉
Luego ya está el civismo, o el poco civismo de la gente que por ejemplo no recoge un excremento de su perro y ese tipo de cosas. Pero eso ya es mala educación y egoísmo, no saber convivir ni querer aprender.
Gracias por hacernos sonreir. Buena semana 🙂
Gracias a ti por tu reflexión, que me ha encantado! No puedo estar más de acuerdo con todo lo que has dicho, y como tú, creo que es cuestión de empezar a olvidar todo eso y mostrarnos tal como somos. Cuesta a veces, porque llevamos muy dentro esos códigos absurdos, pero todo es cuestión de empezar. 🙂 Gracias por leerme y feliz miércoles! 🙂
Pensaba que habías dejado de escribir todo este tiempo porque no me salían tus publicaciones en el inicio y debió de ser culpa mía, le debí dar sin querer al botón de «dejar de seguir»! Ahora mismo me leo todas tus entradas y me pongo al día, que me encanta cómo escribes 🙂
Cierto! ya te echaba yo de menos por aquí! Gracias por volver y no dudes que yo estaré también muy al tanto de tu maravilloso rinconcito! 🙂
¡Qué buena! Es la primera vez que me paso por aquí (Acabo de empezar y reconozco que aún soy un poco torpe…) pero ten por seguro que volveré 🙂
Un saludo.
https://twocentsinmypocket.wordpress.com/
Muchas gracias y bienvenido o bienvenida! ten por seguro que me pasaré a echarle un vistazo a tu blog! 🙂
Bienvenida, bienvenida, ves como tengo que aprender? Jajaja!
Jajajaj totalmente !!
Yo soy de la que va por la calle con auriculares y voy canturreando, no muy alto eh … pero si, alguna vez se han girdo a mirarme … y yo le pongo cara de … ¿que pasa? … y sigo a lo mio jajaj
Y bien que haces, jajaja, tenemos que pensar menos en lo que piensen los demás! un beso guapaa