¿Sabes esa sensación de cuando dejas de pensar en alguien como persona y ya sólo piensas en él o ella como concepto, como una idea vaga y cada vez menos real? Cuando llega el momento de las despedidas en una relación, al principio pues qué te voy a contar, que parece que se acaba el mundo. En los siguientes días a la hecatombe emocional, los recuerdos son, obviamente, muy vívidos, y cuando piensas en la otra persona es como si la tuvieras todavía delante, o mejor dicho, al lado, cogiéndote de la mano. La ves en su trozo de la cama, sentada en el banco de la cocina, anudándose la toalla a la cintura en el baño o dándole patadas a las piedras en el parque. ¿Lo recuerdas? En esa época, él seguía siendo él, ella seguía siendo ella. Sentías aún la presión de su carne, el roce de su pelo, el olor de su piel.
Poco a poco, todo eso fue quedando enterrado. Supervivencia se llama. Cada día esa persona te resultaba más extraña y ajena, y con el tiempo el recuerdo-persona se convirtió en recuerdo-holograma y luego, pues eso, en recuerdo-concepto. Ya no existía María, existía la idea de María. Ya no existía Javier, existía la idea de Javier. Era como si algo dentro de ti te obligara a recordar (y otra parte quisiera salir corriendo). Como si el pasar página te convirtiera en culpable del peor delito, incluso sabiendo tú no habías sido responsable (o al menos no directamente) del triste desenlace. Fue entonces cuando el amante se transformó en un nombre propio (el nombre propio). Un nombre propio que, dependiendo tu memoria y del color del cielo, podía arrastrar más o menos recuerdos. Pero a esas alturas, tus recuerdos también eran ya ideas. Sólo ideas. Te los habías contado tantas veces, en bucle, en espiral y en línea recta, que pasó algo parecido que con lo de monja y jamón. Monjamonjamonjamon… Jamón.
Y un día, de repente, la pérdida te asustó más incluso que en el momento del adiós. Que todo pareciese tan ajeno te dio mucha pena y te descubriste hurgando entre cajas de recuerdos y olfateando cojines intentando detectar algún rastro de su perfume, deseando que fuera del caro y que te sirviera como señal de que era esa persona, la definitiva, la tuya. Pero no, la colonia era del súper y la funda de la almohada, en el mejor de los casos, ya sólo olía a suavizante.
Es así como fuiste bajando la guardia porque ya no había nada de lo que defenderse. Es lógica pura. Eso, y que pocos tenemos la fuerza (ni estamos tan mal de la cabeza) como para vivir con los puños en alto para siempre. Y entonces, el día menos pensado, tus sentidos se volvieron en tu contra. Escuchaste una canción, acariciaste una (otra) piel, oliste esa horrorosa colonia barata en algún bar. Los olores son lo peor, ¿verdad? Dicen los expertos que lo que percibimos por el sentido del olfato es lo que más rápidamente llega a nuestro cerebro, o puede que me lo acabe de inventar. Pero de ser así, volver a inspirar su aroma sería el equivalente a hacerse una raya de cocaína con su recuerdo. Aunque yo, querido amigo, no tengo ni idea de otra droga dura que no sea el amor. Menuda cascada de ideas, de voces, de sitios, de noches, de días, de discusiones, de reconciliaciones, se te precipitó entonces. Se te cayó todo encima, ¿a que sí? Y, déjame que lo adivine, pensaste que después de todo ese tiempo corriendo ni siquiera te habías movido de línea de salida. Que todavía estabas en el suelo atándote los cordones y soñando con la meta: el olvido.
Pero ahora lo sabes, amigo, que el olvido no era la meta, la meta era el recuerdo indoloro. Era pasar de la persona al concepto y del concepto, otra vez, a la persona. A una persona que tú (y créeme, en eso formas parte de la mayoría) elegiste dejar atrás en tu vida, sin rencor, sin amor, sin odio. Sin nada. Déjame que te cuente que hay algunos valientes que desafían las normas no escritas de las relaciones sentimentales y se atreven a intentar cambiar el Amor por amor y a soldar a su nueva vida a esa vieja nueva persona con el mismo nombre, el mismo olor y la misma carne. Cualquiera de las dos opciones es más que válida. Lo importante, querido, querida, nunca fue la solución ni el destino. Fueron las preguntas. Fue el camino.
Increíble, no lo habría expresado mejor! Es cierto que los olores son lo que más solemos recordar y hay algunos que nunca se olvidan, y es triste que esas personas se conviertan solo en conceptos cuando en un momento de nuestra vida lo fueron todo! Conclusión, me ha gustado mucho! 😀
¡Muchas gracias, Claudia! Me alegro mucho de que te haya gustado, y sí, a veces es triste, pero se compensa cuando llega la ilusión de algo nuevo. ¡Un abrazo!
Me ha encantado Tejetintas.
Lo de los olores es verdad (No te lo inventaste jaja)
De hecho, hay ciertas colonias que me huelen a verano y otras que me recuerdan a viajes… Y una vez que por el olor de un chicle me acordé de un antiguo «Él».
Ya ves tú!
Pero como dices, ya le había dejado atrás .
Un abrazo fuerte!
http://twocentsinmypocket.com/
Me alegro de que te haya gustado, Mrs. Twocents! (Y también de no haberme inventado lo de los olores, jajaja). Es muy curioso lo de los aromas, menos mal que no todos recuerdan al pasado, a veces lo que huele es a futuro! Gracias por pasarte una vez más 🙂 besos!!
Pues yo la encontré y se fue…xo su olvido no aparecerá xq su eternidad pervivirá en mi piel.
Bonito post Tejetintas. Felicidades. Un abrazo
Cuando alguien ha sido importante siempre se queda en nosotros de alguna manera, lo importante es saber vivir feliz en el presente, ¡o intentarlo! Gracias por tus palabras y por pasarte por aquí, ¡un abrazo!
Me gusta mucho!
Yo siempre digo que no quiero olvidar, quiero que el recuerdo no duela, hasta incluso dibuje una sonrisa en mi cara por lo que fue en su día.
Y estoy muy de acuerdo con Mrs. Twocents, que cierto lo de los olores…Mi relación amor-odio con las colonias jaja Pero con el tiempo los olores se desvanecen…
Un saludo!! 🙂
Me encanta que te haya gustado! Al final esa sonrisa siempre acaba llegando, como digo en otro post, el olvido es un insulto a lo que fuimos y a lo que quisimos en ese momento. Mucho mejor recordar sin dolor. 🙂 Gracias por leer! Un abrazo!