Dicen que al final el amor siempre acaba por encontrarte. Que siempre hay un roto para un descosido y esas cosas. A mí el amor (o sucedáneo) me encontraba, sí, pero luego me perdía y se hacía el sueco. Durante mucho tiempo me sentí como una carretera de paso, o como una de esas estaciones por las que los trenes no paran y pasan tan rápido que ni los ves. Y si te digo la verdad, tampoco es que me importara mucho, al menos no como me hubiese importado que tú pasaras de largo sin verme.
Pero me viste. Me viste y me miraste. Y la primera lección que me enseñaron tus ojos fue esa tan básica de «nunca digas nunca». Fíjate que yo por aquel entonces todavía no me la había aprendido. Tú me viste, pero yo te vi antes. Y aun así fui yo misma la que llegué a sopesar la posibilidad de fingir que nunca lo había hecho. De hacerme la sueca, ya sabes. Estuve a punto de soltar tu cuerda y atarme la soga del miedo al cuello.
Menos mal que no lo hice. Menos mal que no me dejaste. Cada uno de tus gestos, todo lo que decías (y lo que no decías) parecían gritarme «Ah, no, pequeña, tú de aquí no te vas porque yo de aquí no me muevo». ¿Recuerdas ese día? ¿Ese tan triste en el que se te rompió un trocito de corazón? No sabes el orgullo que sentí cuando decidiste ponerlo en mis manos aquella tarde. No sabes cómo deseé soplarle todo mi amor, insuflarle la ráfaga de vida que se le había ido. No sabes que en ese momento empecé a ser tu fan número uno.
Todavía lo soy. Soy fan de tu sonrisa, de nuestros besos de todos los sabores, soy fan de tu vida, de la mía y, sobre todo, de la nuestra. Soy fan de tu mano en mi mano y de la impagable sensación de que me dé igual todo mientras sea contigo. Soy fan de cómo me tratas, de esa manera que tienes de dármelo todo en un pestañeo. ¿Cómo narices lo haces? ¿Cómo consigues que me sienta extraterrenal si sólo soy un montón de carne y huesos? ¿Cómo me abrazas sin brazos y me besas sin labios? ¿Cómo y cuándo me convertiste en el ser más cursi de todo el planeta?
Por cierto, gracias por eso y por tantas otras hazañas. ¿Te he dicho gracias alguna vez? Qué corto se me queda, pero gracias. Por ser mi Valentín, mi refugio secreto, el otro uno que hace que seamos dos. Por hacerme entender que la felicidad sólo es real cuando se comparte y por compartir la tuya conmigo.
Gracias por quedarte (para siempre) en mi estación.
Con cariño para Paula y su «Brunejo». Gracias por poner vuestra historia en mis manos.
Precioso…me dan ganas de contarte mi historia y descubrir como la cuentas, con esas palabras dulces, sencillas y cargadas de verdad y sentimiento…Felicidades! Sigue escribiendo de esa manera, emocionas hasta la última célula de mi ser 🙂
¡Muchísimas gracias, Cris! Palabras como las tuyas me sirven de impulso ;). Pues cuando te animes, estaré encantada de escuchar tu historia y plasmarla con todo el cariño del mundo en alguno de mis posts. ¡Un abrazo!
Si! Esta historia es bellísima!
muchas gracias! 🙂
Yo sí soy fan de ti…
El fanatismo es mutuo! ❤
Me ha encantado porque yo también fui esa estación hasta que llegó su tren, me ha emocionado mucho setirme identificada con la historia, es genial! 🙂
me alegro mucho de que te haya gustado, Bego, gracias por pasarte y por tus palabras! 🙂
Que bonito… Y que envidia (sana) me da cuando leo este tipo de historias. Espero oír algún día eso de «no me voy a ninguna parte» y sobretodo creérmelo.
Un abrazo!
verdad? a mí también me ha dado envidia sana, he disfrutado mucho escribiendo esta historia. Me alegro de que te haya gustado. ¡Un abrazo!
Yo quiero eso!!! no sé qué os ha pasado estos días que muchos de los blogs que sigo y disfruto (y no sabes lo mucho que te disfruto) os ha dado por hablar de ese pellizco interior que han dado en llamar amor. Pero del bueno, del real, del correspondido, del generoso… me has puesto en plan oso amoroso!! y es que tú, conmigo, escribiendo, haces lo que te da la gana. Eres muy buena a los teclados y lo sabes!!
ays, gracias Fer! tus comentarios siempre me suben el ánimo. Ojalá esta historia fuera la mía, pero para mí ha sido un placer ponerle letras de todas maneras. Me alegro muuucho de que te haya «tocado la fibra». 😉 ¡Un beso!