Resulta imposible saber cómo vamos a morir, pero apuesto a que todos firmaríamos que, llegado el momento, lo último que viésemos fuera una mirada de amor. En eso, mi marido tuvo suerte, aunque sé que a muchas personas la palabra “suerte” les parecerá macabra cuando terminen de leer mi historia. Pero yo creo que sí, que tuvimos suerte.
Tuvimos suerte de encontrarnos primero un poco, como si fuera el tráiler de una película, y años después del todo, viviendo intensamente cada plano, cada escena de beso, todos los nudos y, finalmente, el desenlace. El primer golpe de eso que llaman buena fortuna fue toparme con su sinceridad. Bueno, en realidad no fue el primero, pero es el que más recuerdo ahora. Porque no quiero imaginar qué habría pasado si él me hubiese mentido, si no me hubiese dicho que estaba enfermo. Quizás me habría enfadado al descubrirlo yo, o a lo mejor antes de enfadarme, los secretos y los silencios nos habrían trabado el camino demasiado.
Pero no fue así, y qué suerte, insisto. Nuestro camino fue llano; si acaso algunas veces se me hacía cuesta abajo. Sí, cuesta abajo, porque dejar que me besara transportaba a mi estómago esa sensación de cuando era pequeña y saltaba al suelo desde algún lugar alto, o de cuando corría pendiente abajo hasta quedarme sin aliento. Ahora entiendo que el motivo de nuestra magia fue que aunque nuestras pieles no se habían rozado antes, nuestras almas eran viejas conocidas. Por eso quererle con todo lo bueno y lo nada malo no fue una simple elección arbitraria, fue lo que tenía que ser. Y fue maravilloso.
Tanto que un día, no sé cómo pero sí por qué, me encontré a mí misma hincando rodilla en nuestra playa. Que si quería casarse conmigo, le dije. Que claro que sí, me respondió él. ¡Menos mal! Menos mal que siempre fui una chica valiente y que el miedo a perderle siempre fue un mero figurante en nuestra perfecta película de amor, y vida, y sueños.
Y aun así sufrí, claro que sufrí. Sufrí cuando todo empezó a ir mal, cuando decidí aislarme y no pedir ayuda, cuando decidí echármelo todo a la espalda y confundir la valentía con la crueldad. Ahora sé que fui un poco cruel conmigo misma, pero me he perdonado de corazón como sé que a él le encantaría saber que le he perdonado.
Lo he hecho, no sé cómo pero lo hice nada más descifrar el adiós en esa última mirada suya. Yo creo que decidió irse porque la enfermedad le trastornó el amor y prefirió no verme sufrir e ignorar el hecho de que no verle a él verme, me haría sufrir mucho más. De amor, precisamente, fue de lo último de lo que me habló antes de que sus manos se escurrieran entre mis dedos y su cuerpo y el telón cayeran hasta el suelo.
Yo sé que si nuestra historia de amor hubiera sido una película y el fundido a negro hubiese llegado después de esa fatídica escena, la gente en el cine hubiera llorado. Todos se habrían ido a sus casas con eso que se llama “un mal sabor de boca”. Pero también sé que si la película hubiera durado tan sólo un poco más, la habrían entendido de verdad, como yo.
Habrían visto a una mujer diciéndole te quiero al aire, viendo volar el alma invisible que más amó en su vida, y mirando con ganas al futuro. Habrían visto que esa mujer no era una viuda, era sólo una mujer con una cicatriz más pronunciada que el resto. Habrían visto la aclaración del final, esa en la que el texto pasaría lento explicando que, después de todo, ella fue inmensamente feliz mientras estuvo con él y que eso valía inmensamente la pena. Que él también lo fue con ella y que muchos años después, seguiría su estela para (re)encontrarlo en alguna otra parte del mundo y de la historia.
Y justo después, un instante antes de que se encendieran las luces del cine y las limpiadoras entraran a barrer las palomitas, hubiera aparecido un plano corto, muy corto de sus labios, mis labios, diciendo que fue una suerte que no se me quedara en el tintero ni un solo abrazo por darle.
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Letras Paralelas está resultando ser una de las mejores cosas que me he propuesto hacer en mi vida. Y la que os dejo a continuación, una de las historias más valientes que han puesto en mis manos desde que comencé la sección en Tejetintas. Por eso, ésta, la de Inma (¡gracias!), es la historia escogida para darle la bienvenida a una nueva era en #letrasparalelas. Porque todos sentimos parecido, muy parecido, y cada historia merece ser contada. Desde hoy, seguiré tejiendo las letras de vuestros momentos en: http://www.letrasparalelasblog.wordpress.com.
¿sabes? creo que no necesito decirte que me gusta mucho cómo escribes… Ya lo he hecho muchas veces, pero la verdad es que yo (al menos yo, que igual todos los demás piensan de otro modo) hecho un poco de menos tus historias, las cosas que te pasan a ti, o que piensas tú…
Besos
Fer
Hola Fer! Gracias por tu opinión, pero se nota que no has estado atento al post ehh?? jeje es broma. Como explico al principio, Letras Paralelas, se ha escindido a un nuevo blog precisamente para que tenga su propio espacio y que TEjetintas siga siendo el mío. De todas formas, en todo este tiempo que llevo con la sección he intentado que la cosa estuviera siempre equilibrada, así que he ido alternando una entrada de Letras Paralelas, con otra mía (y muy mía, además!). Aun así, tranquilo, pronto volverás a leer mis cosas por aquí (aunque te advierto que todo lo que escribía era autobiográfico jeje). ¡Un abrazo!
Un texto precioso y conmovedor. A veces es difícil transmitir con una historia que no has vivido en primera persona, pero a ti se te da de maravilla.
Enhorabuena 🙂
Un abrazo!
https://entradagotada.wordpress.com/
muchísimas gracias! me alegro mucho de que te haya gustado y de haber conseguido transmitirte algo. ¡Un abrazo de vuelta y enhorabuena por tu blog, me encanta!