Me cuentan que vas contando que has vuelto a verme algunas veces después de vernos aquella última vez. Se supone que fue una despedida, pero tú crees que ese día tan sólo los ojos se dijeron adiós y los cuerpos se rieron porque planeaban seguir encontrándose de lejos, seguir cruzándose o andando en paralelo por los cien mil caminos de esta ciudad. Eso es lo que dicen que dices.
Me cuentan que has contado que hace un tiempo me viste de espaldas cruzando la calle, esa que nunca cruzábamos cogidos de la mano pero casi siempre cogidos de la boca. Dicen que cuentas que yo no te vi. Que iba enfrascada en un pensamiento que te hubiera gustado ser tú, pero que mi mirada perdida te pareció demasiado feliz y enseguida supiste que no. No pensaba en ti.
En otra ocasión me viste en la playa, cuentan que recuerdas. Estaba sentada sobre una toalla desconocida para ti, con las piernas muy abiertas y entre ellas una rama y no tú. Y en la arena, unas letras sin iniciales. Pero yo parecía tranquila y no quisiste molestar. Eso es lo que explicaste a la gente y lo que ellos me explican a mí.
Hubo una noche, cerca de la plaza, en que pasé justo delante de ti. Tú te estabas atando los cordones y yo, jadeante, me recuperaba de un sprint con el iPod en la mano. “Es ella”, cuentas que pensaste al reconocer mi silueta. Y yo me pregunto si también fue entonces cuando reconociste el pronombre que durante tanto tiempo ignoraste. A fin de cuentas, sabes bien que yo nunca fui tu “ella” y que entre tú y yo nunca nació ese tipo de “nosotros”.
Pero de lo que más hablas cuando hablas de mí es… de ti. De que cuando tu cuerpo y mi cuerpo se atraen y casi se encuentran por la ciudad, nunca te veo. Resulta que yo nunca te advierto. Siempre parezco demasiado distraída, demasiado ocupada, demasiado volátil. Demasiado distinta y feliz. Me han dicho que lamentas nunca haber conseguido que me gire, ni llamándome con tu mente (ni siquiera con la voz). Un día fue un autobús a 80km/hora entre los dos lo que nos separó. Otro, un abismo estancado. Otro, yo llevaba auriculares y al siguiente parecía que la música la escuchara flotando en el aire.
Hasta que llegó aquel mediodía. No era un día destacado ni especial. No era nuestro aniversario de nada (nunca tuvimos de eso), o quizás lo era de alguna tonta discusión. El sol estaba en su punto más alto. Hacía calor y humedad y el asfalto parecía derretirse bajo tus deportivas. Entonces me viste aparecer detrás del humo ondulado de aquella ancha avenida. Y entonces yo, montada en mi bici azul, te miré. Entonces cuentas que comencé a pedalear fuerte hacia ti, con la sonrisa en los ojos y mirándote con los labios.
Ya estabas a punto de saludar con una de tus bromas cuando te pasé de largo. Sorprendentemente. Imposiblemente. Te preguntaste cómo había sido capaz de verte sólo a ti durante años, y ahora poder obviarte así, de esa manera. Como un objeto más del mobiliario urbano que pasa desapercibido ante tus ojos. Como un buzón aburrido o el cartel de turno de una marquesina.
Como algo prescindible por tan rutinario.
Exactamente así.
Cuentas que te hubiera gustado toparte conmigo. Saludarme. Olerme de lejos y cada vez de más cerca.
Lo que no cuentas, lo que no sabes, es que a mí también me hubiera gustado poder verte.
Diles, si todavía quieres seguir hablando de mí y de ti, que aquel día, por nuestra calle, podría haber olvidado que nunca me diste la mano (ni siquiera me la prestaste un rato) y haber desviado mi rumbo por ti. Por medio minuto de tus ojos frente a los míos. Por volver a sentir lo que no me hace falta sentir para reconocer.
Cuéntales que aquella mañana, sentada en la arena, podría haber tirado de costumbre y haber dibujado un corazón entre mis piernas. Podría haberme dado la vuelta y haberte visto negándome el tuyo una vez más.
Puedes explicarles que, aquella tarde, cuando volvía de correr por el parque con los oídos llenos de gravedad y sueños, podría haber dejado de hiperventilar al reconocerte ahí, de pie, inmóvil. Podría haber fingido que no se me paró la música un instante.
Y aquel mediodía plomizo… Háblales de él, pero esta vez cuéntaselo así. Diles que aquel día sí que fue imposible no verte. Te vi y, a diferencia del resto de ocasiones, también te miré. Te sonreí antes de desaparecer. Antes de recordar todas las cosas por las que, aunque en algunos momentos quisiera e incluso pudiera, ya no puedo no ignorarte cuando nuestros risueños cuerpos se acercan por uno de los cien mil caminos de esta ciudad.
Benditos (Des)encuentros. ¡Demasiado este post!
Un beso guapa!
Me alegro de que te guste, un beso enorme!!
Los pelillos de punta me has dejado… Precioso!
Gracias también por aquí, bonita!! ☺
Sorpresa!! Enhorabuena!! Un abrazo.
http://misgafasdeverlavida.com/2015/09/13/premio-the-infinity-dreams-award-septiembre-2015/
ayy muchas gracias guapa!! 🙂 un besote!
Muy bueno!! He comenzado a seguirte y me.encanta como escribes! Espero una nueva entrada pronto!!
Muchas gracias, Paula! Bienvenida y espero que te quedes por aquí ☺ Un abrazo!
Gracias!!!claro que si un beso!!!!