Tejetintas

Hay cosas que sólo podemos sentir.

No podemos escribirlas, no podemos cantarlas ni dibujarlas. Es imposible escupirlas y ni tan siquiera podemos digerirlas.

Son emociones que nacen con una fuerza inusitada. Antinatural. A mí me gusta imaginar que brotan entre las costillas, el diafragma y el corazón. Ahí empiezan a brillar, y entonces no son todavía nada más que un escalofrío de aviso o latido un tanto raro. Como la célula cigoto que todavía no es niño ni niña, es como una luz que se enciende dentro y podría ser miedo o rabia, amor o nostalgia, presentimiento o recuerdo.

O también podrías ser tú.

Tantas emociones tan opuestas sólo pueden nacer del mismo sitio. Del mismo «se acabó», de los mismos labios que escribieron con besos un final en código morse. 

A las cosas que sólo podemos sentir es imposible domarlas. No van a escucharte ni van a desaparecer cuando tú lo digas. Esta clase de explosiones tienen su ciclo vital, y hay que saber que aunque atraganten, no asfixian y aunque deslumbren, no ciegan. 

Hay que dejarlas estar. Quererlas incluso.

Que si es amor más pronto que tarde me mostrará sus credenciales: mil videoclips mentales con tu cara como banda sonora y una sensación de agujero que sólo tu imagen rellenará. Otra vez. 

Que si es nostalgia, el fuego simplemente se apagará y las cenizas se volarán. Y recordaré otro rostro en blanco y negro cuando mire tus ojos a todo color.

Que si es rabia el miedo pronto saldrá a saludar. Y si es miedo y soy valiente en algún momento dejaré de huir y empezaré a afrontar. 

Que si es presentimiento, mi vida te encontrará y te traerá aquí dejando atrás los peros.

Que si es sólo un recuerdo se quedará a vivir atrás mientras yo sigo adelante.

Y si sólo eres tú, todo y nada al mismo tiempo, intentaré exorcizarte en mis letras, dibujarte en el aire o cantarte sin voz. Escupiré algún recuerdo, el que peor sepa, y me tragaré la rabia, el miedo, la nostalgia… y el amor.