Admiraba de él su aparente paz interior. Yo nunca podría estar dentro de su cabeza, por supuesto, pero había algo en su apariencia, en sus gestos y en el aire que lo envolvía… Algo que recordaba a una playa y a un mar en calma. A un cielo sin nubes. Al sol más cálido.
Yo lo observaba con envidia. Qué suerte nacer así, qué suerte no tener por dentro una batalla constante, una tormenta infinita de ideas, palabras, posibles. Así como a él lo sentía playa, a mí me sentía siempre volcán. Terremoto. Tsunami. Cualquier cosa violenta, en movimiento, en proceso de explosión.
A él tardé segundos en quererle. Me duele reconocer, que a mí he tardado toda una vida en amarme de la misma manera. Sin condiciones, sin reproches, sin chantajes. Aceptando que en mi caos el orden es menos visible, pero que siempre ha estado ahí para salvarme cuando el desastre me ha puesto contra las cuerdas.
Y es que en la vida hay playas, bahías, acantilados, montañas. Hay días de sol y tormentas eléctricas. Hay nubes y arcoíris. Hay de todo, porque todo hace falta.
Ahora lo sé. En este mundo hace falta mucha gente como él y tanta gente como yo. Pero sobre todo, en este mundo hace falta que la gente como él y la gente como yo se encuentre.
Buahhhh qué bonito y qué acertado y cómo me he sentido identificada!!!
🙂 cuánto me alegro de que te haya gustado, Ana! Gracias!
Sencillamente increible, como todos y cada uno de los demás. Empiezo a leer uno y otro y no puedo parar. Sigue así, es un trabajo increible, y estoy segura que todas estas palabras llegan a mucha gente que las necesita. Enhorabuena una y mil veces.
Muchísimas gracias por tus palabras, Bea, me alegra tanto que te sean de ayuda… 🙂 Gracias por leerme y apreciar mi trabajo. Un abrazo enorme.