Me gustan los paraguas de colores estridentes en los días de lluvia, porque en esos días, para gris ya está el cielo. Me gusta verlos, frágiles y decididos, gritando alegría a las nubes, contrastando con todo a su alrededor, brillando como brilla todo bajo la caricia del agua.
Sí, hoy llueve. Hay naranjas brillantes amontonadas a las puertas de las tiendas. Brillan también los coches y las farolas. El asfalto y tu chaqueta. Brilla más que de costumbre, pero brilla menos que tú.
Me das la mano, mojada y resbaladiza, como la pólvora que sujetamos entre los brazos cada día: amenaza con explotar, pero los dos sabemos que no lo hará. Amenaza con abrirse en dos el cielo. Quizás lo haga, quizás hoy nos parta un rayo.
Pero si el fin de la tormenta llegara, si la pólvora se volara de un soplido, si un arcoíris repentino nos alcanzara por la espalda, cuánto me gustaría que para entonces todavía estuviéramos juntos bajo este mismo paraguas amarillo.