Pudo haber sido una semana antes, sentados en los asientos de terciopelo calientes de aquel bar.
Pudo ser ese mismo día al despedirnos.
Pudo ser ayer. Y fue.
Entonces, y no antes, se activó el imán que explica todos los besos del mundo. Nuestros labios entendieron que era en esa página, no en la de antes ni la de después, en la que tenían que juntarse. Batirse a duelo para ganar ambos.
Fue ahí, en ese instante. Una mirada de aviso, un aproximarse de amenaza, un beso explosión.
Y luego, la guerra. Y luego, nosotros.