La chica del trench y la melena agradecida que se quiere y te quiere

Cuando era pequeña soñaba conmigo de mayor. Soñaba, no me preguntéis por qué, con una chica con gabardina y pelo largo y ondulado (lo cual, visto desde el presente, me convertía en una pequeña visionaria, ya que en los noventa se llevaban más los anoraks y las medias melenas lisas con flequillo, como la mía entonces).

De pequeña soñaba también con ser una mujer como las que salían en las pelis de sobremesa de Antena 3. Tener las cosas claras, tomar decisiones importantes, estar ocupada. Soñaba con andar con tacones como si fueran mis zapatillas de andar por casa en forma de vaca, con un café para llevar en una mano y un móvil sonando sin parar en la otra. Una mujer importante, cosmopolita y, al llegar a casa, una mujer enamorada. Sí, encontrar el amor era una idea vaga para mí entonces, pero ahí estaba. Era algo que alguien decía que tenía que conseguir. Eso, todo eso, era todo lo que quería ser.

¿Y lo soy?

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No lo sé, pero de serlo, no me siento para nada así. Dentro de mí, la mayoría del tiempo sigo siendo esa niña que quiere bajarse del mundo cada vez que tiene que atender una llamada de trabajo, o hacer un regalo por compromiso, o teclear a toda pastilla en el ordenador mientras mira de reojo el móvil. El móvil. Ese artefacto del diablo que tantas veces he querido lanzar por la ventana. Ahora ya no me parece cool, aunque para que os voy a engañar, de mi trench de hace dos temporadas estoy casi tan orgullosa como de mi agradecida melena enmarañada ondulada. No es para menos, pues hay días que ni me peino y aun así consigo salir a la calle con bastante dignidad.

En fin, la cosa es que de pequeña soñaba con una imagen de la que probablemente estoy cerca ahora, en el presente real que entonces era futuro imaginado. Pero lo que no esperaba y nadie me contó es que al cumplir años no desaparecería de mi interior esa niña que se asusta cuando va al médico, que no entiende las barbaridades que salen en el telediario, que se ruboriza con lo malsonante y si el amor le mira muy de frente.

Esa niña soy yo, y lo seguiré siendo. Pero cuando suena el despertador, cada mañana, esa niña se viste de mujer, se maquilla lo justo para tapar las señales de una vida al galope y sale a comerse el mundo, a veces, a sobrevivir a él, casi siempre. Atiende llamadas, contesta correos, hace la compra, habla con la familia y al llegar a casa, se enamora cada vez un poco más de algo que en sus sueños infantiles nunca pudo llegar a imaginar.

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Y es que de pequeña soñaba con una imagen de anuncio de «Ya es primavera» en El Corte Inglés, imaginaba mi look y mi estilo de vida (porque, tengo que decirlo, la sociedad empuja a las mujeres a creer que es lo único a lo que pueden aspirar). Sobre mi felicidad, el amor, los sueños cumplidos… sobre todo eso empecé a reflexionar después de la segunda decena de años. Y bueno, aquí sigo, reflexionando, más estresada de lo que me gustaría, odiando que mi móvil no deje de sonar y siendo una firme detractora de los tacones.

Aquí sigo, siendo una niña y a ratos mujer, y enamorándome más de mí cada día. Porque al final, mirando hacia atrás y luego hacia delante, lo único que me importa es que la niña que soñaba con ser mayor era feliz, y que yo lo sigo siendo. Que no me he defraudado, que no me he perdido ni un poco. Y eso es lo único a lo que debería aspirar cualquier niño y cualquier niña.

Y sí, aquí estoy, soy yo. La que estrena lencería de encaje el mismo día que termina hundida en el sofá envuelta en una bata muy fea que algún día fue de alguien muy especial. La que se ríe casi siempre y se pone seria casi nunca. La que intenta comer sano y acaba inevitablemente empachada de chocolate. Soy la que se quiere y le quiere a partes iguales, y por eso lo que antes era difícil ahora es tan fácil.

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Y por eso doy las gracias, porque sí, soy una mujer estresada, feliz, miedosa, valiente, decidida e indecisa. Soy todas las versiones de mi misma. Qué queréis, si todavía soy una niña y nunca sabré del todo lo que quiero (pero sí lo que no quiero). Soy la más atea y la que cree en todo, en mí y en ti.

En mí, en mí, en mí, porque me miro al espejo y siento que he ganado en todo. En ti, en ti y en ti, porque quieres a mi niña, a mi adulta, a la yo que se asusta y a la que puede con todo. Porque te gusta mi gabardina, pero también mi bata chunga. Mis zapatillas viejas, mi cara lavada, la yo que oculto al mundo (esa es la que más te gusta). En ti porque, además de mí, tú eres lo que más me gusta.


4 respuestas a “La chica del trench y la melena agradecida que se quiere y te quiere

  1. Sabes? Hace poco encontré una carta que escribí con quince años a mi yo de 30. Creo que lo vi en alguna serie y me gustó la idea. Y la leí y… De todo lo que yo pensaba que sería, o haría no había dado ni una. No tengo nada que ver con quien pensé que sería. No sé si es bueno o malo, simplemente es verdad. Por eso te digo, normal que cada día te quieras más, tienes sobrados motivos para ello.
    Besos
    Fer

  2. ¡Hola, Tejetintas!
    Precioso post, creo que todos deberíamos hacer de vez en cuando este ejercicio de plantearnos si la persona que fuimos ayer estaría orgullosa de la que somos hoy. Coincido con Fer en que tienes sobrados motivos para quererte, ¿cómo no va a quererse y entenderse alguien que consigue descifrarse tan bien a través de las palabras y transmitir tanto? Me recuerda bastante este texto a uno que escribí hace tiempo en mi blog, te lo dejo aquí por si quieres echarle un vistazo (pero ninguna obligación eh ;)): https://misspoessia.wordpress.com/2016/07/24/estaria-orgullosa/.
    Muchas gracias por sorprenderme cada vez que me dejo caer por aquí.
    ¡Un abrazo! ❤

    1. ¡Hola, Señorita Poesía! Un placer leerte por aquí. Muchas gracias una vez más por tus palabras. Prometo pasarme por tu blog en cuanto saque un ratito, que lo que leí el otro día me gustó mucho. Un abrazo, bonita :).

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