Silverio

Mi último viaje en tren no fue un viaje en tren cualquiera. No solo porque a mitad camino entre la casa de alguna gente y mi casa nos quedáramos parados después de que una mujer decidiera arrojarse a las vías, sino porque durante el trayecto conocí a Silverio (o así creo que se llamaba).

Silverio estaba apunto de cumplir 80 años, me dijo, aunque por la ligereza de sus movimientos, su mirada de niño, sus vaqueros y sus deportivas, yo no le hubiera echado más de 70. Él a mí me echó «unos 23», supongo que por mis facciones de niña y mi eterna expresión de «qué hago yo aquí».

El caso es que, a diferencia de mí, Silverio -que había ido al norte a ver su hermana- no hizo ningún aspaviento cuando la voz metálica e inexpresiva de la megafonía nos informó del macabro suceso. Alguien se había suicidado a pocos metros de donde nosotros matábamos el tiempo tranquilos, yo con el móvil en la mano y él con el almuerzo sobre la bandeja.

Alguien se había quitado la vida y el tren tuvo que parar un buen rato, lo que hacía más que probable que yo perdiera el segundo tren que me llevaría a casa. Sí, no lo pude evitar. Tras el «qué desgracia» me vino un irremediable «¿tenía que ser hoy?» a la cabeza, el cual me hizo sentir regular, no mal del todo, porque lo único que me parecía terriblemente malo en ese momento era perder el tren y tener que esperar todavía más para dar ese abrazo que llevaba dos días ansiando.

Así somos los humanos. Silverio lo sabía y por eso obvió por completó el tema del suicidio de la mujer y se dedicó en cuerpo y alma a mi tema. A mi tren. «Te va a venir justo, muchacha, no sé yo si lo vas a coger», me dijo mientras se pelaba un plátano y me ofrecía una manzana reineta. Lo cierto es que su realismo aplastante me hizo tener ganas de llorar, pero cuando llegué a la estación del trasbordo, corrí como una posesa y cogí mi tren, no pude evitar pensar en él con una tenue sonrisa. «Esa mujer no consiguió tener ganas de seguir viviendo, pero yo conseguí coger mi tren, Silverio», le dije a la ventanilla del Ave.

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Y entonces me paré a pensar que Silverio y yo habíamos compartido mucho más que una pieza de fruta en las 3 horas que pasamos juntos. Él me contó sobre su mujer, sus hijos y sobre todo sobre el paisaje que dejábamos atrás a cada instante. Sí, me habló de cada árbol y montaña porque los conocía como la palma de su mano.  Me explicó que vivía en Madrid pero tenía casa en Valencia. Yo le dije cómo me llamaba y le conté que estaba con un chico «de los buenos», que por fin lo había encontrado. Le comenté, animada, que quizás volviéramos a vernos por Valencia, en algunas Fallas o  algo. Silverio me contestó que no creía, que había mucha gente en esas fechas. Ah, y que tuviera cuidado con el «chico bueno», que a veces los buenos acaban siendo malos.

Silverio. Silverio me desarmó con su realismo, que no era ni mucho menos amargura. Silverio me pareció un hombre sereno que con la edad había perdido la necesidad de edulcorarse a sí mismo la realidad. Silverio. Con su navaja preparada para cortar en dos su bocadillo y compartirlo con quien fuera que se sentara a su lado en el tren. Con su piel saturada de recuerdos y sus manos cuentacuentos.

Pues ya lo sé, Silverio, que no nos volveremos a ver. Que hay cosas que se dicen pero no suceden jamás, y cosas que suceden inesperadamente, sin haber sido dichas nunca. Como que un tren tropiece con una persona y ese suceso con la vida de otras personas. Como que tu y yo tropezáramos en un vagón de clase turista, Silverio.

Y sí, como me suele pasar siempre escuché más que hablé mientras estuvimos juntos, Silverio, porque siempre he preferido absorber que soltar. Y sí, se me olvidó contarte cosas básicas sobre mí, como que me encanta escuchar canciones de desamor cuando estoy enamorada (porque siento una impagable sensación de alivio al no sentirme identificada con algo que, en realidad, no deja de serme familiar por las veces experimentado). Y sí, también dejé de decir que mi «chico bueno» no es un chico bueno cualquiera y que algún día me hubiera gustado demostrártelo. Y que me gusta escribir pero que la mayoría del tiempo no quiero que nadie sepa lo que tengo la necesidad de contar, y que por eso nunca me ganaré la vida como escritora. Por ejemplo.

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Y así, pensando todo eso, lo mismo que estoy pensando ahora, mi Ave arrancó justo a la hora prevista. Así, pensando en él, en mí y en la mujer de las vías rapiñé unos auriculares de Renfe (porque para qué gastar los míos) y me abandoné al traqueteo del tren con el disco «Dónde están los ladrones» como banda sonora, ese en el que Shakira todavía no necesitaba mover el culo para crear un temazo. Ese en el que todavía era morena y desafinaba como una perra cantando que no sabe preparar café ni se baña los domingos.

Ya ves, Silverio. Al final llegué a tiempo para ese abrazo, que de todas formas sé a ciencia cierta que me hubiera esperado aun con diez mil trenes de retraso. Y esa noche, mientras me quedaba dormida a su calor, pensé en lo hermoso que es cuando dos vidas se cruzan y se vierten un poco de algo la una en la otra. Como si dejas caer una gota en una jarra llena de agua y ese agua deja de ser lo que era al principio y de repente es algo nuevo. Qué bello ese encontrarse en la brevedad de lo imposible, porque es imposible que dos caminos destinados a no ser uno lo sean. Y aun así, qué hermoso, sí, sonreír a un extraño y que esa sonrisa le calme. Contar tu vida a un desconocido y saber que no vale para nada, pero que quizás, ese no valer para nada le haya valido para algo al otro.

Qué bonitas las casualidades. Sobre todo las que son paralelas y confluyentes al mismo tiempo. Sobre todo las que se quedan, porque están destinadas a ser. Sobre todo él, Silverio, que es tan bueno, tan bueno, tan bueno, que te hubiera convencido con solo una mirada.

 

 


6 respuestas a “Silverio

  1. ¡Precioso! ❤ Qué bellas son esas casualidades de la vida, qué bello encontrar personas que a veces sin quererlo nos enseñan cosas de nosotras mismas que no sabíamos. Qué majo el Silverio jeje, es uno de esos personajes a los que se les coge cariño, gracias por presentárnoslo.
    Besos 😉

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