Querido extraño,
Creo conocerte, pero en el fondo eres eso, un extraño. No puedo saber, por más que quisiera, lo que piensas en cada instante. No soy dueña, ni quiero serlo, de tu subjetividad. Ni de tus luchas internas, ni del 100% de tu tiempo. Me encanta que así sea. Te quiero más cuanto más libre eres y más quieres quedarte conmigo.
Mi extraño. Eres alguien que me mira como intentando conocerme por completo pero que no puede, porque ni yo misma me conozco totalmente. Ni yo ni nadie. Nos creemos predecibles, y a veces lo somos, pero también somos cajas de sorpresas a las que nunca nos acostumbraremos. Tú me miras así, como un regalo que abres cada día y, aun así, cada día se queda por abrir. Como si siempre hubiera algo nuevo en mí que te fascina, algo nunca antes visto. Me miras, sí, como la extraña que soy.
Eres un extraño que me eligió un día de entre un montón de gente. Yo me dejé elegir y te elegí también, porque nunca antes vi un extraño tan bueno, bonito y tan caro. El precio que valías era el de lanzarme al vacío ignorando las cicatrices. Un precio maravillosamente alto que, para mi sorpresa, me costó de poco a nada pagar. Y, sí, si viajara al pasado, volvería a pagar (en un solo plazo que durase lo que duró nuestro primer beso) cada céntimo de confianza, amor e ilusión por llevarte a casa conmigo.
Extraño. Tú duermes conmigo cada día (y los que no, también), demostrándome que se puede ser sin estar y que el día puede reiniciarse a las 23.59 horas con una manta de caricias y una copa de vino del malo. Tú, extraño, me incitas a creerme más guapa, más poderosa, más yo. En la cama, me destapas cuando hace calor y me tapas cuando hace frío. Me coges al vuelo si calculo mal la distancia y casi me caigo del colchón. Me abrazas como si viviéramos en un mundo en el que los cuerpos humanos pudiesen fusionarse los unos con los otros.
En la calle, extraño, me coges de la mano y me llevas a ver mundo, porque incluso entre paredes conocidas siento como vuelo de aeropuerto en aeropuerto. Sobre ruedas me abrazo a tu espalda y me siento invencible sobre el afilado asfalto. Una metáfora en toda regla de lo que supones para mí en este mundo de peligros e insensateces.
Querido extraño, tú eres un salvavidas, y aunque nunca llegue a conocerte del todo, como tampoco lo harás tú mismo, prometo quedarme con cada una de tus versiones siempre que sigas siendo tú: el que me inspira con cada gesto, el que me cada día me arranca de la posibilidad del sufrimiento y se preocupa por seguir descubriéndome.
Querido extraño, gracias por interesarte por lo que soy de verdad, no por lo que digo ser, y por tu amor inmenso que lo llena todo. Por los cuidados, por el tiempo, por tus ojos. Por enseñarme que nada es tan importante si te tengo cerca. Por bajar el ritmo de mis revoluciones y calmar el huracán que llevo dentro. Por aspirar a conocerme de todas las formas posibles, por querer a esta extraña que un día te devolvió el beso y ya nunca más quiso dejar de conocerte.
Gracias por tus mil formas, por dejarme abrazarlas todas. Y las que quedan.
Por abrirme tus puertas sin condiciones. Por atravesar las mías sin miedo.
Gracias por ser el extraño que comparte su vida con la mía y hace que todo sea fácil.
¡Me ha encantado esta carta! Soy completamente sincera si te digo que cada día te superas más, que cada vez que me dejo caer por este rinconcito que ya considero hogar encuentro algo más bello y sincero que la vez pasada. Increíble descripción de cómo un extraño puede convertirse en familia, en casa, en madero al que agarrarse cuando nuestra vida se llena de tormentas. «El precio que valías era el de lanzarme al vacío ignorando las cicatrices» (esta frase me ha terminado de enamorar ya ehh, este post tiene mi corazoncito jejeje ;P).