La chica más otoño de toda la ciudad

Había llegado el otoño. Todo a su alrededor era, de repente, menos luminoso, más nostálgico, pero también más mágico. Todo le recordaba a los otoños anteriores. Todos y cada uno habían traído tristeza y melancolía, ganas de rescatar cosas pasadas y ganas de odiarse por ello. 

Si toda su vida era una carrera huyendo de quién sabe qué, el otoño era el sprint final, solo que sin fin. Comienzo de curso o de vida, siempre había algún fantasma veraniego que dejar atrás. Y dolía. Y quemaba aunque fuera empezara a hacer frío.

Eran otoños cruelmente sencillos. No había nada de donde rascar, más bien solo cosas que aceptar. Y así vivió, de otoño en otoño, soñando que algún día llegaría el momento en el que dejar de correr para pararse a admirar las vistas.

No hace falta decir que ese día nunca llegó, pero llegó algo mejor: alguien que nunca la dejó sola en una carrera. La cogió de la mano y le susurró al oído que si ella corría, él también. Que si algún día decidía parar, pararía con ella. Ese fue su mayor regalo y su mejor sorpresa. Y desde entonces, el otoño empezó a ser maravillosamente complejo. Tan complejo como querer a alguien con todo (y todo es todo), o como morir en una mirada y resucitar al calor de un cuerpo. Tan complejo como juntar una vida llena de tus cosas con las cosas extrañas de otra persona tan compleja como tú. 

Desde entonces, puede que el otoño siguiera siendo acelerado, frío y más oscuro, pero nunca volvió a haber fantasmas, ni tristeza, ni melancolía. Y ella, la chica más otoño de toda la ciudad, nunca volvió a correr sola.

b0aa0efb3d3c229ef4adf21062795a21


Deja unas palabritas

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s