El sol en las pestañas

Hoy he visto el sol en mis pestañas y he recordado por qué estoy aquí. Me he dado cuenta de que nunca llueve eternamente y que, además, yo llevo paraguas de serie. Porque es así: no existe ni un sólo conflicto que haya durado para siempre en la Historia de la Humanidad, ni un solo ser humano que haya sido desgraciado eternamente, ni una sola noche tras la que no haya salido el sol.

Hay muchos tipos de noches. Las estándar duran unas siete horas de media. Hay noches encadenadas, noches que duran meses. Hay noches con estrellas (¡o incluso con luna llena!), y noches negras como el petróleo. Pero, al final, siempre sale el sol, para los que quieren, y para los que no.

El sol puede ser cruel para una persona, porque deja al descubierto algo más que las ojeras. Cuando sale el sol, hay que cargarse las penas a la espalda y hacer el kamikaze un rato. Porque no queda otra cosa más que eso. Y a veces es difícil. Y a veces crees que no (y luego ves que sí).

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Hoy he puesto un pie detrás de otro y me he parado un momento a escuchar (literalmente) mi corazón. Porque, dicho sea de paso, el corazón no dice nada: no piensa, no aconseja, no dialoga. El corazón, si acaso, nos empuja, nos obliga, nos encadena, nos libera, nos abre, nos cierra. Pero decir, no dice mucho.

He escuchado mis latidos, sus latidos, y he pensado qué trabajo tan aburrido el del corazón. Qué trayecto más corto el que va de un «pum» a otro «pum». He sentido que lo admiraba por no quebrarse de verdad, tan sólo figuradamente. Por ser el órgano más fiel y cabezota que tengo.

Hoy he visto el sol en mis pestañas y me ha dado por pensar que quizá aún no sé muy bien quién soy. Ha sido un consuelo, francamente. Saber que aún no soy nada inamovible, que puedo dejar de ser desconfiada, o amable, o neurótica, o escéptica. Que puedo volver a serlo o no serlo nunca más. Que puedo hacer algo que jamás hubiera hecho ella. Que voy dejando «ellas» por el camino, y eso me parece tan fantástico…

Hoy he visto el sol en mis pestañas y he sabido que lo más útil en la vida no es mirar hacia delante, ni hacia los lados, ni (¡por favor!) hacia atrás: hay que mirar(se) hacia dentro. Porque la mayor parte del sufrimiento es evitable, y todas las soluciones son propias, no ajenas.

Hoy he visto el sol en mis pestañas y, acto seguido, me he ido a hacer la mayor locura que uno puede escoger hacer:

Vivir.


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