Recordaba perfectamente aquel día, lo cual hubiese sido lógico de no ser porque fue un día de lo más normal y de lo más corriente. Era la misma calle de siempre por la que pasó, las mismas zapatillas de siempre con las que la pisó y alguna de las mismas canciones de siempre la que la acompañó mientras el sol salía. Poco a poco.
Y entonces, una fuerte sensación la sacudió de arriba abajo. Algo que la empujó desde dentro. Como siempre, eran palabras y no otra cosa. Palabras que querían formarse y ser, y unirse unas con otras para crear algo que hiciera remitir esa sensación de inconclusión que solía perseguirle.
Aquella mañana, mientras los rayos del sol hacían cálidas hasta las escenas más frías que uno pudiera encontrarse a pie de calle, sucedió algo inusual. Las palabras, como otras veces, no tardaron en nacer y ordenarse, pero huérfanas de quién -sí, de quién- murieron tan rápido que apenas le dejaron esa odiosa sensación de vaguedad que llega al despertar después de un sueño que nos resulta imposible recordar.
Quiso atraparlas, mientras surcaba el asfalto con sus deportivas y su mascar de chicle nervioso. ¿Pero qué haría con ellas una vez las alcanzara? Siempre que escribía pensamientos, sobre el papel o en el aire, había un quién. Quizás no un por qué, ni un cuándo ni un dónde, pero siempre era una persona quien motivaba o a quién se dirigían sus palabras. Excepto aquel día, un día más en su ciudad bañada de sol.
¿Cómo era posible hablarle al amor si no quería a nadie? ¿En quién pensaba mientras describía escenas tan concretas, mientras detallaba una piel, unos ojos, una forma de hablar? En nadie. ¿Eran palabras surgidas del deseo de que ese nadie fuera alguien? Quizás, pero fuera como fuese tenía la impresión de que ese, y no otro, era el motivo de que las palabras no quisieran quedarse en su mente durante más de diez segundos. Era parar a rebuscar en la mochila para sacar la libreta y anotar los pasajes más bellos que jamás su inventiva había creado, y zas, todo desaparecía tras una molesta nube de desidia y decepción.
«Bueno, total, solo son palabras. No existe aquello que designan, no en mi mundo, y ni siquiera tengo a quién decírselas. Peor, ni siquiera tengo en quién pensar mientras me las digo a mí», pensó mientras perdía el autobús un martes más. Y esa idea absurda de que las palabras que designan realidades irreales no valen nada, fue la que desató el tsunami de preguntas de después. Y sospecho, sospecho mucho, que ese tsunami fue el comienzo del amor más intenso que su corazón jamás ha albergado. El suyo por ella misma, el suyo por él. El mío por mí, el mío por ti.
Porque la chica de las zapatillas y las ideas inconclusas… sí, soy yo. Y esa mañana, que fue tan normal como mi memoria me permite recordar, creo que emití algún tipo de señal. Creo que mis preguntas llegaron a tus oídos y que, de alguna extraña y mágica forma, supiste que eras tú el que tenía que contestar.
«¿Quién será él?»
«¿Cuándo aparecerá?»
«¿Lo conoceré ya?»
«¿Y si no cuánto falta?»
«¿Por qué no está aquí ya?»
«Si no lo necesito, no lo ansío, no lo busco, no lo… No. No, menos hoy».
Aquella mañana normal, corriente, monda y lironda seguí mi camino y ni las palabras escurridizas ni las preguntas impertinentes volvieron a perturbarme. Pero un día, sin saber cómo ni por qué, el quién apareció y las palabras también. Eran las mismas, idénticas, fue imposible no recordarlas. Lo supe: habían sido un avance, un anzuelo en el que piqué y que me hicieron desearte tanto, tanto aun sin conocerte…. Y gracias a ello te llamé sin hablar, sin saber a quién llamaba. Y gracias a ello, estoy segura, estás aquí ahora, en el momento adecuado, en el lugar que nos pertenece.
Porque sí, la chica de la mochila y las prisas soy yo, y el quién que alimenta mis musas eres tú. Y aquí andamos, siendo felices en algún lugar entre el asfalto y el cielo. Ese lugar que es nuestro y en el que cada palabra suma, existe e inventa algo nuevo que nos hace crecer. Porque nunca me he querido tanto como me quiero ni he querido tanto como te quiero.
Porque sí, cuando las cosas van bien, cuando se anda más cerca del cielo que del suelo, los días valen más. La vida vive más. Y las palabras, siempre, siempre, siempre…. siempre se quedan cortas. Y así, aunque algo dentro de mí se queje por querer y no poder abarcar con letras lo que siento, así es como tiene que ser. Exactamente así. Exactamente aquí. Exactamente tú y yo.
Muy bueno, me encanta!😉
¡Muchas gracias! ☺☺
¡Hola, Tejetintas!
Antes que nada, quiero agradecerte las bellísimas palabras que dejaste en mi blog. De verdad, me motivaron muchísimo a seguir escribiendo y a retomar este mundo de WordPress. Por fin he terminado los exámenes y me alegro muchísimo de volver a pasar por aquí, cada texto que escribes siempre me enseña algo nuevo sobre mí misma.
En cuanto a este post, no sabes lo identificada que me he sentido… Mis palabras también huían de mí en busca de un quién, pero justo ahora creo que estoy conociendo a ese quién (del que hablo en mi última entrada) y parece que nunca dejan de surgir las palabras. Es totalmente cierto eso que escribes de que, para amar de verdad, primero hay que amarse a una misma.
Gracias, de verdad, por transmitir siempre tanto. Voy a seguir echándole un vistazo a este rinconcito de magia.
Un abrazo fuerte,
Miss Poessía.