Solía creer que de lo bueno no se aprende nada.
«Lo bueno se disfruta. Lo malo te alecciona. El corazón olvida las caricias, por mucho que las haya disfrutado, pero nunca olvida las patadas, por mucho que las haya perdonado».
Solía creer muchas cosas, pero entonces llegó el amor, ese amor mayúsculo del que hablan en las películas sin tener ni idea. O teniéndola pero no sabiéndola plasmar. No les culpo: el Amor (del bueno) es imposible de abarcar.
Llegó. El amor. La revolución. Y, como pasa con todas las grandes revoluciones, me hizo cambiar de idea para siempre.
Poco a poco, como una flor que se abre o como seca la lluvia tras la tormenta, el amor me mostró que un corazón roto enseña pero, paradójicamente, esas lecciones se olvidan aunque las tengamos grabadas a fuego, aunque creamos recordarlas mejor que nada. Y, sí, lo hacemos. Da igual el tiempo que haga que pasamos esa página: todos llevamos una cicatriz por cada vez que la vida nos pilló con el amor propio desprevenido. Pero a veces una cicatriz no es suficiente para evitar nuevas heridas.
Las cicatrices quedan, pero no duelen porque son ya carne muerta, insensible (lo que todavía duele es una herida, aunque ya nos hayamos acostumbrado a la sangre y esta ya no nos asuste). Una cicatriz es un tropezón en el alma, pero no es un sentimiento en carne viva. No es como el amor o como un corazón que acaba de resquebrajarse.
Un corazón roto y recosido se recuerda, pero si no duele, no queda. Y así es como, una vez reconquistado, lo volvemos a regalar envuelto en un lazo a quien no se lo merece. Siempre a quien no se lo merece porque cuando amas a alguien no le regalas el corazón, se lo abres de par en par para que viva en él y lo abrace así, de dentro a fuera. Porque no te basta que lo tenga en sus manos, necesitas que forme parte, que lo viva, que respire al ritmo que late.
Sí, los tragos amargos dejan un mal sabor, pero todos están condenados a perderse bajo el dulce sabor de una nueva ilusión. Y ahí es donde uno deja lo aprendido en la cuneta. Porque lo malo enseña y se olvida, pero todo lo bueno viene justo después de eso.
Y menos mal que olvidamos. Menos mal que ignoramos las cicatrices y arriesgamos los corazones, aunque nos pasemos años despilfarrando sentimientos antes de entender que las llaves de un corazón se ganan, no se regalan. Menos mal que después de todos esos años llega el Amor y te colma de felicidad. Y te susurra al oído que con él sí que vas a aprender.
Aprenderás que no hay nada más importante que mantener la llama de vuestras almas encendida, soplando besos para avivar el fuego y echando vida al fuego para aumentar el calor. Te enseñará a pensar por dos sin dejar de pensar por ti, a abrazar con la mirada y a mirar con la piel cosas que nadie más ve.
Y cuando hayas aprendido todo eso, seguirás aprendiendo cosas. Porque mientras la cicatriz disuade, el Amor invita. Mientras el miedo paraliza, el Amor impulsa. Y mientras las cicatrices y el miedo acaban esfumándose para dar paso a un nuevo intento que nos llene el vacío que los causó, el Amor , que a menudo aparece por sorpresa en alguno de esos intentos, te colma de dulces lecciones de vida que son imposibles de olvidar.
El Amor siempre se recuerda porque el Amor nunca se termina.
Riesgos que merece la pena correr. Hasta que nos vuelven a romper el corazón.
Un post muy bonito 😊
Así es, Andrea! Un abrazo y gracias por leer ☺😘
Ahora mismo me siento muy identificada con tus palabras………………………
Me alegro mucho ☺☺