Es tentador. Estar devastado por la última guerra y dejarse naufragar. Dejar de nadar. Es tentador. Pasa todas las veces. Aunque sea solo por un segundo, pasa.
Es tentador y es humano sentir que no hay fuerzas y que quizá haya alguien en el mundo que sí las tenga y a quien no le cueste esfuerzo venir a rescatarnos. A arrastrarnos.
Pero no funciona así. Nunca.
Salvarse, el mismo verbo lo indica, es algo que solo puede hacer uno. Es como aprender a ir en bici o soltarse de la mano de tus padres cuando empiezas a andar. Hay gente que te ayudará, que estará a tu lado, que confiará en ti, pero solo tú puedes vencer el miedo a la caída, solo tú puedes juntar paso con paso olvidándote del vértigo, solo tú puedes seguir pedaleando hasta olvidarte de la fuerza de la gravedad.
En la vida ocurre igual. Cuántas veces esperamos a que nos salven y perdemos el tiempo porque nunca funciona. Porque no importa cuánto empeño le ponga nuestro salvavidas humano: las carreras más importantes de la vida las corre uno solo. Y es así. Y tiene que ser así. Así como el fracaso es propio, el éxito también tiene que serlo. Y a eso se le llama aprender. Y a eso se le llama vida.
Por eso hay que desconfiar de todas esas salvaciones perpetradas por otros. Gritadas a los cuatros vientos. «El amor me salvó». El amor no te salva, celebra tu salvación. Es la recompensa en la meta después de desgastarte las suelas huyendo de aquella decepción. Y mientras huyes, sanas. Y mientras crees que improvisas, sin saberlo, planeas tu nueva vida. Y mientras piensas que la vida pasa, tú pasas por la vida y haces lo que puedes. Y vuelves a quererte. Y te aceptas. Y fluyes. Cualquier amor que llegue después de ese camino es sano. Cualquiera que llegue antes será complicado.
Porque la primera historia de amor que venga después de un corazón roto tiene que ser la tuya contigo. Porque antes de seguir el viaje, hay que revisar averías y reparar desperfectos. Y luego seguir. Seguir, seguir, seguir. Y descubrir que aquello de lo que te salva el amor es de la rutina, del miedo, del paso del tiempo, pero que las heridas pasadas y las mochilas a cuestas son cosa tuya y solo tuya.
Porque salvarte es lo mejor que vas a hacer por ti. Y cuando llegue la siguiente ola ya no querrás dejarte naufragar. Flotarás, volarás. Y harás del mar un aliado. Y la vida será fácil: los problemas, retos, y el amor, el premio a la hazaña de tu vida. A tu salvación.
Buena entrada, sólo se puede salvar uno mismo, me lo quedo 🙂
¡Muchas gracias! 🙂
Claro que sí, Tejetintas, en lugar de naufragar y dejarnos hundir por las olas, debemos aprender a surfearlas. Esto acaba de sonar muy Mr. Wonderful jeje, pero es cierto. Me ha gustado mucho eso que has escrito de que podemos dejar que los demás nos ayuden, pero no podemos pretender que nos salven. Tienes toda la razón, gracias por hacerme reflexionar con tus palabras. Ha sido todo un placer regresar…
¡Un abrazo, guapa! ♥
¡Gracias a ti por estar ahí leyendo y reflexionando conmigo como siempre! 🙂 Un abrazo fuerte. ❤
El texto que ha llegado a mí en el momento perfecto. Gracias.
❤