Tejetintas

Esta ciudad está viva. A días lo tengo tan claro… La imagino tan enorme en comparación con un niño, observándonos a todos, que somos eso, niños aunque nos vistamos con corbata o calcemos tacones. Imagino como, a días, se descojona cuando pierdo el autobús en el último segundo por estar mirando el móvil o por abrazar un recuerdo demasiado rato. Otros días, me compadece y me regala otro autobús al minuto y medio para que no llegue tarde a ninguna parte.

Está viva esta ciudad y a veces siento que late al ritmo que respiro, como si yo fuera alguien importante, como si yo pudiera cambiarla, como si alguien me conociera más allá del puñado de personas que me visten por dentro.

Pero lo siento. Cuando paseo por sus callejuelas en penumbra volviendo de alguna parte y me siento segura aunque no sé si debería. Cuando me asomo a la ventana y hace un sol que rima con mi felicidad. Cuando parece que la gente se aparta a mi paso y me aplaude con la mirada (aunque sé que la que aplaude soy yo).

Esta ciudad está viva. Sus ojos son del azul más bonito que he visto nunca. Su tacto es de verdes hojas y gris asfalto. A veces me ha odiado y me ha regalado belleza cuando todo en mí era posguerra. A veces me implora porque está apagada y mi sonrisa demasiado encendida como para que pueda soportarlo. Pero siempre me ama, porque me regala mañanas y noches, paseos y bancos, lluvia y sol. Me regala todo lo que yo soy por dentro. Es el hogar que encuentro cuando salgo de mí y el salvavidas que dejo cuando me meto de nuevo.